miércoles, 31 de octubre de 2018

FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS


    


la vida tiene sentido

         Históricamente la festividad de Todos los Santos nació para recordar  a todos los cristianos que ya están en el cielo, gozando de la presencia de Dios, y que no han sido recordados de manera especial durante el año. En Occidente se celebra el 1 noviembre desde la época de Gregorio IV (siglo IX) para suplantar a la fiesta pagana, de origen irlandés, Haloween, que recuerda que en la noche del 31 octubre los difuntos vuelven a la tierra asustando a los vivientes. Para la Iglesia los difuntos no se dedican a asustar a nadie. Unos gozan de Dios (fiesta de Todos los Santos), otros necesitan de purificación (fiesta de Todos los Difuntos), otros han rechazado a Dios y Dios respeta su opción.

El día 1 los católicos recordamos a Todos los Santos, millones de personas que ya gozan de Dios y forman la Iglesia triunfante. Entre ellos hay familiares y amigos de todos. Algunos han sido canonizados oficialmente por la Iglesia y propuestos como ejemplos de virtud, incluso algunos recientes conocidos por todos, como san Juan XXIII, san Juan Pablo II, Sta Teresa de Calcuta, otros, la gran mayoría no lo han sido, pero han llegado a la meta y gozan de Dios, que es lo importante. Por ello se trata de una fiesta eclesial y familiar, eclesial porque la Iglesia la integramos todos los miembros de Cristo, los que peregrinamos y los que ya han dejado este mundo, unos purgando y otros gozando de Dios, familiar porque entre ellos hay familiares y amigos nuestros. 

        Esta fiesta recuerda uno de los artículos del credo: “Creo en la vida eterna y en la vida del mundo futuro”. No se trata de una evidencia natural, por eso creemos, es objeto de fe. Creemos porque Cristo ha resucitado como nuevo Adán y primogénito de entre los muertos. Si nosotros no resucitamos, tampoco Cristo resucitó y es vana nuestra fe (1 Cor 15).  Creer en la vida eterna implica que la vida tiene sentido. No nacemos para morir, sin más, sino para compartir la felicidad de Dios. El nacimiento nos coloca al comienzo de un camino que hemos de recorrer libremente con la ayuda de Dios hasta llegar a la meta, un camino que presenta muchos desvíos, por lo que hay que recorrerlo con atención, no sea que se yerre la ruta.

        Las tres lecturas de hoy ofrecen pistas sobre la meta y el camino que hay que recorrer. Son una invitación a imitar el camino que han recorrido los que han llegado a la meta y a afianzar nuestra fe en la meta. A veces se presenta el cielo como vida feliz aislada sin relación con los demás. Es una imagen falsa. Jesús emplea para referirse a él la imagen del banquete, que implica satisfacción plena existencial en compañía de los seres queridos, amando y sintiéndose amados. Las bienaventuranzas (Evangelio), en sus segundos miembros, ofrecen diversas imágenes: será vivir plenamente bajo el “Reino de Dios”, es decir, bajo el influjo total de Dios que es amor y por ello sentirse infinitamente amado; será poseer la tierra, es decir, la seguridad existencial sin ningún tipo de temor; será la plenitud del consuelo divino, que excluye todo tipo de dolor y lágrimas; será ver a Dios cara a cara en comunión plena con él (también la segunda lectura); será la plena conformidad con la voluntad de Dios; será la plenitud de la misericordia divina, que olvida nuestros pecados y nos concede gozar de su felicidad; será gozar plenamente en comunión con todos los hijos de Dios. Finalmente, la primera lectura presenta la meta como el triunfo de los perseguidos. Por otro lado, todas las lecturas aluden al camino como camino de dificultades que hay que afrontar con ánimo, pues Dios nos ha marcado con su protección (primera lectura), como camino que hay que recorrer en la oscuridad de la fe (segunda lectura) y con un corazón nuevo (Evangelio).

        Creer en la vida eterna tiene que estimular a afrontar las dificultades de la vida cristiana, sabiendo que nos espera una meta de plenitud (primera lectura), invita igualmente a relativizar los bienes y realidades de este mundo, es decir, a verlos con mesura, en sus justas dimensiones, colaborando con seriedad en las tareas de este mundo, pero sin absolutizarlas ni divinizarlas. Para el cristiano el primer valor es Dios amor, porque sabe que al final será examinado de amor.

Las paredes de los templos suelen estar llenas de imágenes o cuadros de santos, con varias finalidades, servirnos como modelo en nuestra vida cristiana y pedir su intercesión por nosotros ante Dios; pero una tercera, importante, y es recordarnos que los miembros de la Iglesia peregrina que nos encontramos en ese templo estamos rodeados de la Iglesia triunfante y, junto con ellos, ofrecemos Cristo al Padre. Nuestro culto terreno es el mismo que el culto celestial. 

Dr. Antonio Rodríguez Carmona

No hay comentarios:

Publicar un comentario