sábado, 20 de octubre de 2018

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario



Los cargos como servicio.

El relato del Evangelio continúa la temática de san Marcos sobre el conocimiento de Jesús: puesto que el corazón condiciona e interfiere muchísimo la capacidad de comprender del entendimiento, hay que examinar los valores y antivalores que anidan en él. Hoy en concreto el Evangelio afirma que la ambición impide conocer al verdadero Jesús, mientras que, al contrario, la actitud de servicio la facilita, pues Jesús ha venido a servir y dar su vida en rescate por todos (cf. también primera lectura).

La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, cuerpo orgánico, en que Cristo es la cabeza y cada uno tiene una tarea o carisma al servicio de los demás. Cristo es la cabeza, el miembro que preside y del que viene toda la vida, los demás acogemos esta vida que él nos ha conseguido con su muerte y resurrección y nos servimos de ella para nuestro crecimiento y el de los demás. Todos absolutamente tienen su tarea, que reparte libremente el Espíritu según sus criterios siempre al servicio de la mayor vida del cuerpo. Unos han recibido un ministerio ordenado, otros una capacidad para enseñar en la catequesis o para ayudar en las diversas tareas de Cáritas o para servir al bien común en la vida pública con criterios cristianos... Son muchos los frentes de servicio que tiene el Cuerpo de Cristo. Todos nos integramos en este cuerpo por medio del bautismo y en él permaneceremos siempre como hogar estable, ahora en forma de peregrinos, después en forma gloriosa, compartiendo la gloria de Cristo resucitado.

Ahora es fundamental que sepamos vivir bien integrados, creciendo en el amor, que es el alma de todos los carismas, sin el cual no nos aprovechan los servicios que realizamos (cf. 1 Cor 13).  Pero se interfiere en nuestra tarea el orgullo y la ambición, causa de división, como aparece en el relato del Evangelio. Se confunde así el Cuerpo de Cristo con una sociedad humana, en la que los miembros luchan por motivos económicos, de poder y de honor. El resultado es la división, envidias, celos y reticencias en la vida comunitaria, que desgraciadamente se pueden dar en nuestras comunidades cristianas.

La postura evangélica es discernir el carisma que ha recibido cada uno, sea vistoso o sin relieve social, dar gracias a Dios y ponerlo al servicio de los demás, y , por otra parte, reconocer los carismas que Dios ha dado a los demás, dar gracias por ello, y recibir con humildad sus servicios. Cuando todos los miembros dan y reciben armónicamente crece el Cuerpo de Cristo en la alegría y eficacia.

En la Eucaristía, por una parte, todos los miembros del Cuerpo, gloriosos y peregrinos, celebramos y agradecemos el servicio redentor de Jesús, nuestra Cabeza. Por otra, nos acercamos al trono de la gracia para pedir ayuda en nuestra vida de servicio. La Eucaristía debe ser fuente de solidaridad fraterna.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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