Un corazón contrito y agradecido es la base fundamental del cristiano en relación con Dios.
Dice nuestro sabio refranero que es de
bien nacidos ser agradecidos. Y es que el agradecimiento tiene que ser un
sentimiento connatural al ser humano. Cómo no voy a agradecerle diariamente el
haber muerto por mi salvación. ¿Quién da más?
Agradecido por haberme dado mi familia,
esas personas que siempre están ahí a mi lado, en silencio, deseosas de que no
tropiece, pero si tropiezo y caigo me tienden la mano desinteresadamente. Otro
tanto tendré que decir del selecto grupo de personas al que considero mis
amigos incondicionales; también ahí están siempre, en las buenas y en las
malas.
Agradecido por el día de hoy, por
haberme dado otra oportunidad de vida cuando he despertado esta mañana.
Oportunidad para corregir los yerros pasados. Oportunidad de dar un beso,
físico o metafórico, a esas personas que quiero y me quieren.
Agradecido por el aire que respiro, por
la luz y calor del sol, por el canto de los
pájaros y el aroma de la flor, por el agua y la brisa, por el diario alimento…
Y si le tengo tanto agradecimiento, más
motivos aún para pedirle perdón. Porque también diariamente le fallo y, claro,
eso no debería de pasar; pero pasa por la fragilidad del barro del que estamos
hechos. Diariamente le fallo y diariamente me tiende la mano y me perdona,
incluso antes de que se lo pida. Esto trae a mi mente la imagen de un niño
caído en tierra y la mano extendida de su padre para que se agarre a ella a fin
de ayudarle a volver a levantarse. Esta estampa por ser recurrente engendra el
temor de que mi vida se vuelva rutinaria y si el caer se convierte en vida, me
produce un grave problema: ese tándem agradecimiento-perdón se desvirtúa y se
desequilibra porque el platillo del agradecimiento pierde peso forzosamente y
también para esto nos aconseja el sabio refranero popular: El mal agradecido
olvida la mano que le ayudó. Si olvido, no agradezco. Ergo temo perder la
sensibilidad de agradecer porque de desagradecidos está en infierno lleno.
Esta argumentación y juego con el
refranero castellano ha derivado y concluido indebidamente en el temor, ya que
éste no debería ser la causa de nuestro comportamiento, sino el amor. Si a
cualquiera nos agrada más un trato con y por amor que por temor, cuánto más a
Dios. En consecuencia, nuestra contrición será causada por haber ofendido a
aquel que tanto amamos y nos ama.
= Pedro José Martínez Caparrós =

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