Hoy me he quedado sola por
unos días. No hay nadie cerca que me hable ni manos que me rocen. La casa está
en absoluto silencio… (la lavadora parece un tsunami, no cuenta).
Mi alma en cambio
percibe un aliento especial, algo que te envuelve… Debe ser Dios.
Es como si te sintieras
protegida por Alguien sin rostro que aleja el “mal” de tu lado (aunque te caiga
el techo del baño en la cabeza, tampoco tiene nada que ver). Hablo del mal
literal, no de accidentes (la culpa, el vecino, que se la ha ido el agua).
Es curiosa su forma de
proteger, mantas que arropan el alma dejándote hasta su Evangelio al lado de tu
cama. Es una sensación más fuerte que la vida cuando suena.
Un día (tropecientos) le
dije: “No te apartes de mí ni un segundo”…
¿Queréis creer que lo cumple?, da igual si me duele la pierna o el hígado, da
igual si no te llaman, da igual si algo se tuerce. Él aparece así sin más y “te
dice”:
“No
te sulfures, tranquila, las cosas suceden… Pero te doy lo que te hace falta para
que puedas con la preocupación, el dolor o la tristeza”.
Su ayuda no es tangible (a veces, sí) y de repente te calmas como si le
prestaras la ansiedad.
Lo que sientes (no es
que no te duela la pierna, te va a doler igual y ¡no veas los cascotes en la
cabeza!) es comprender que las cruces están ahí para llevarlas con Él: “Venid
a mí los afligidos… Porque Yo os daré respiro”. Un católico debe ser lo más parecido a Jesús.
Por eso no estoy sola,
sino acompañada y me roza el alma, y me habla… Y yo escribe que te escribe y, Él
supongo que a veces se ríe.
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