En el texto anterior sondeamos una promesa bellísima
de Yahvé a Israel, vista su querencia, como la de los demás pueblos de la tierra,
hacia la idolatría (Os 11,7).
Ante tamaña debilidad unida al culto a la mentira,
arraigada en el corazón del hombre por la seducción de Satanás, Dios, por amor
- por su Gran Amor - se dijo a sí mismo: Frente a una seducción así tan dañina
y destructiva, pongamos ante los ojos del hombre una seducción mucho mayor que
le mueva hacia la Vida. Bien, pues yo mismo seduciré su corazón con mi Palabra
para que se convierta de su conducta y viva (Ez 18,23). Lo pensó y lo hizo:
"la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.".
Los primeros cristianos tenían la certeza y también la
experiencia de que al acoger la Palabra que se les predicaba, acogían la
Gracia, la Fuerza de Dios que les permitía cambiar de vida.
Oigamos este testimonio de Pablo respecto a su
predicación en Tesalónica: "...no cesamos de dar gracias a Dios porque al
recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de
hombre sino cual es en verdad, como Palabra de Dios que trabaja en vosotros...
(1 Ts 2,13). Que nadie os engañe: Este es nuestro Dios: Misericordioso y.…Divinamente
Seductor.
P. Antonio Pavía
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