Podemos afirmar que absorbemos en nuestro interior el
espíritu de aquel o aquello que nos seduce; es decir que un hombre llega a ser
lo que es, según la medida y calidad de la seducción a la que se ha abrazado.
Incluso para los no creyentes en Dios, dado qué negar su existencia, no implica
que no sea real, su esencia vital, y esto vale para todos, es moldeada por quién
le seduzca: Dios o el mundo.
El problema, el gran problema, es
que, si bien el mundo es seductor, su línea ascendente de atracción tiene sus
límites, que dan paso al declive tan vertiginoso como cruel, como nos dice
primero Isaías y posteriormente Pedro: "Toda carne es como hierba, todo su
esplendor como flor de hierba, se seca la hierba y cae la flor” (1 Pe 1,24).
Ante esta realidad más que evidente,
¡¡la Buena Noticia es ... la seducción de Dios! Seducción que no sólo no tiene
límites, sino que crece más y más...hasta alcanzar la Vida.
Esto es lo que Jesús nos dice hoy:
"El que encuentra su vida, que tiene fecha de caducidad, la perderá; el
que pierda su vida por mí, la encontrará." Si, la encontrará: recibe la
Vida que Jesús tiene en sí mismo, junto a su Padre (Jn 14,2-3).
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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