Jesús ofrece voluntariamente su vida. Es cierto que fue condenado a muerte,
pero antes había dicho: "Nadie me quita la vida, yo la doy libremente;
tengo poder para darla y poder para recuperarla (Jn 10,18).
Si, Jesús se entregó a una muerte
violenta e infame. De hecho, toda Jerusalén proclamó que un asesino, Barrabás,
era más digno de vivir que Él. Con su cuerpo ensangrentado y el alma pisoteada
salió hacia el Calvario cargando la Cruz. Nadie reparó en que la Gloria de
Dios, que entronizaba el Templo de Jerusalén, orgullo de todo Israel, salía de
su Trono para envolver al "maldito de Israel" y le acompañó hasta el
Calvario.
Allí el mundo descargó todo su odio, producto de sus frustraciones, en
Jesús. Sin embargo, fue allí en el Calvario, donde nació la Iglesia,
simbolizada en María de Nazaret y el Discípulo Amado. Al pie de Jesús
Crucificado, María y Juan, contemplaron a través de sus lágrimas la Gloria de
Dios Padre reflejada en el Rostro de su Hijo.
En su agonía, Jesús manifestó su Gloria al proclamar victoriosamente:
¡Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu! Es allí en el Calvario, donde el
Amor de Dios se eleva y somete toda mentira y maldad glorificándonos con la
cruz, que tantas veces hemos maldecido. Él la reviste con su Gloria,
convirtiéndola también para nosotros, en nuestra victoria en este mundo. Gloria
que anunció veladamente el Salmista: "Contempladlo y resplandeceréis"
(Sl 34,6).
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario