La
justificación que Jesús hizo para nosotros frente al Padre pidiendo nuestro
perdón está compuesta de unas palabras que se me antojan sorprendentemente
adecuadas, a saber:
“Porque no saben lo que
hacen”
Deduzco
que, si los que matan al Hijo de Dios no saben lo que hacen, los que matan a
otros hijos de Dios, tampoco lo saben.
Si
el mayor Pecado tiene su justificación en no
saber lo que se hace, los pecados de menor escala, no tienen un motivo diferente.
Cuando uno juzga, condena y critica a
un hermano, realmente “no sabe lo que
hace”.
“No sabe lo que hace” el que comete una falta y “no sabe lo que hace” el que le critica
y condena.
No
sabemos que criticar y condenar a un hermano, es criticar y condenar a un hijo
de Dios, a un igual.
No
sabemos que criticar a un hermano pretendiendo que es algo que nosotros no
queremos ser es criticarnos a nosotros mismos, por lo que potencialmente
podríamos ser en sus mismas circunstancias. Y por medio de ésta y otras
prácticas similares el hombre se siente impuro pensando que él y sus hermanos
merecen castigo y a veces no sabe porqué, y entonces busca y ruega para que
Dios le limpie.
Pero
lo único impuro que hay en el hombre es “no
saber lo que hace”.
Los
hombres buscamos la felicidad porque somos felicidad; buscamos la inmortalidad
porque somos almas inmortales; buscamos conocer porque somos el conocimiento
divino a imagen de Dios. Pero no sabemos lo que somos, no sabemos lo que
hacemos y entonces buscamos la felicidad en cosas que no nos la proporcionaran.
La inmortalidad la confundimos con el éxito y la sabiduría con la información.
Y
así el hombre nunca encuentra lo que realmente busca porque “no sabe lo que hace”, se siente
frustrado en sus aspiraciones, y se menosprecia por ello. Antes o después se
dará cuenta que sus pretendidos logros de felicidad son nada.
Acusará
al mundo, (que “no sabe lo que hace”, e
incluso al mismo Dios), pretendiendo que le han forzado a ser como cree que es.
Sin embargo, una vez más “no sabe lo que
hace”.
“Perdónalos porque no
saben lo que hacen”
va dirigido a todos completamente, no solo a unos pocos. Pensar de otra manera
es pensar que podemos estar excluidos de dicho perdón y, por tanto, es pensar
que algunos no merecemos dicho perdón.
¿Qué
interés puede tener alguien en pensar que él u otros están excluidos de dicho
perdón?, ¿Acaso dicho propósito no va en realidad dirigido contra sí mismo?
No
aceptar el perdón de Dios no es sino una forma simple y tosca de pretender ser
diferente y distinguido de los demás, de perpetuar el ego, para que Dios mismo
se fije en él aunque sea para ser castigado. Como el niño que se especializa en
cometer trastadas, sólo para reclamar la atención de sus padres.
Pero
esto también Dios nos lo perdona porque “no
sabemos lo que hacemos”.
No
puedes ofender a Dios, porque “no sabes
lo que haces” y pensar de otra manera es muy pretencioso, como pretencioso
es no aceptar su perdón. Jesús lo dejó bien claro cuando instauró la
Eucaristía.
Pero
si aceptamos completamente su perdón para uno mismo y para todos,… …¿qué sería
de nuestro ego?... …ya no tendría a qué o a quién juzgar y simplemente moriría.
Ése
es nuestro miedo: pensamos que perderíamos la vida en vez de ganarla y una vez
más porque “no sabemos lo que hacemos”.
El
ego siempre plantea la misma estúpida cuestión: Si Dios me perdona todo, ¿puedo
robar y matar a mi antojo? La respuesta es muy sencilla: Si uno realmente
aceptara el perdón de Dios para sí mismo y para todos, no se plantearía robar
ni matar ni nada por el estilo, ya que vería que es felicidad, que lo tiene todo
pues tendría a Dios en su corazón y ya no acusaría ni juzgaría a nadie, ya que
aceptar el perdón para uno mismo es aceptarlo para todos y sin exclusión.
Se
me antoja después de estas letras una sencilla oración:
“Señor,
cuídanos mientras vivimos dormidos y enséñanos a aceptar tu perdón y olvidar
así nuestros pecados porque ya sabes que “no
sabemos lo que hacemos”.
Amén.
J.J. Prieto Bonilla.
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