sábado, 2 de enero de 2016

Segundo domingo despues de Navidad



La encarnación ha dignificado la naturaleza humana

La liturgia de este domingo invita a una reflexión reposada sobre el alcance de la encarnación: no ha sido una cosa pasajera, Dios se ha hecho hombre para quedarse con nosotros para siempre, dignificando así la naturaleza y la condición humana. Las lecturas nos lo recuerdan. La primera lectura presenta la sabiduría divina buscando un sitio donde posarse definitivamente y, después de ver todo el mundo, lo hizo en Israel. Refleja la convicción que tiene el pueblo judío de que con la revelación divina posee su sabiduría. Era un anuncio de la encarnación del Verbo, Sabiduría de Dios (1 Cor. 1,24) que se encarnó permanentemente en la raza humana (Evangelio). La segunda lectura ofrece el marco general de la actuación divina: no improvisa nada. Decidió crear la humanidad para que participara su gloria por medio de su Hijo, al que destinó a ser el mayor de muchos hermanos. Esto explica la encarnación. Para eso envió a su Hijo, que, para actuar entre nosotros de forma accesible y respetuosa con nuestra libertad, quiso, a pesar de su condición divina (Flp 2,6), tomar la condición humana (Evangelio).

Desde entonces Jesucristo, Dios y hombre verdadero, es el centro salvador de la humanidad, el hombre solo se salva unido a él y por él.  En el bautismo nos unimos de forma misteriosa a su humanidad glorificada, participando así su vida. Desde este momento la vida cristiana consiste en reproducir su vida en nosotros, haciendo que vaya creciendo y se vaya manifestando en la forma de pensar, hablar y actuar, en la muerte estará a nuestro lado y en la resurrección compartiremos su glorificación. Y en todo este proceso el nexo que nos permite unirnos a él es nuestra común humanidad.

Su humanidad es el camino que nos permite imitarle y conocer en profundidad su persona y en definitiva a Dios invisible. Sta. Teresa lo puso de relieve e invita a seguir este camino.
Son muchas las consecuencias prácticas de esta realidad.

Una muy importante es la dignificación de la persona humana. Toda persona, por ser creada a imagen y semejanza de Dios, tiene valor transcendente. Afeada esta imagen por el pecado, la encarnación del Hijo de Dios le ha devuelto su valor primitivo y lo realzado hasta llegar a convertir la persona humana en templo de la Sma. Trinidad. Una de las manifestaciones de la inculturación de la fe cristiana en la cultura occidental es la idea compartida de la fraternidad e igualdad, que ha calado en todas partes y es recordada espontáneamente en estos días de Navidad.

Otra faceta es el valor salvador de las acciones humanas. La naturaleza humana no está corrompida y es capaz de  realizar con la ayuda de la gracia obras buenas. No nos santificamos haciendo cosas extrañas o recitando fórmulas misteriosas, sino viviendo una auténtica vida humana, en nuestra vida de familia, de trabajo, de relaciones sociales. Se trata de vivir todas las facetas de nuestra vida como servicio y expresión de amor.

La encarnación es la norma de la actuación divina en el mundo, porque es la más adecuada a la libertad del hombre, que él respeta. Por ello aparece en otras manifestaciones. La Palabra de Dios se nos da encarnada en lenguaje humano. La Iglesia es pueblo de Dios, prolongación de la encarnación. En ella el sacerdote es signo sacramental de Cristo Pastor que alimenta y guía a su pueblo. Los sacramentos son acción eficaz de Dios en una celebración humana. Finalmente Jesús ha querido hacerse presente de forma especial en los necesitados. Todas estas manifestaciones, al ser humanas, se exponen a la debilidad y al escándalo, pero manifiestan la condescendencia de Dios que quiere actuar en nosotros siempre a nuestra altura.

Cuando celebramos la Eucaristía, celebramos la continuidad del misterio de la encarnación. Jesús está presente en la comunidad reunida, en el sacerdote celebrante, en la palabra humana proclamada y en el pan y vino consagrados por obra del Espíritu Santo.

P. D. Antonio Rodríguez Carmona

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