lunes, 23 de octubre de 2017

Arrepentimiento




  
Después de la lectura (Mt 21, 28-32) se puede concluir que hay dos clases de cristianos en los hombres en general, pero aquí nos interesan los cristianos.

[El padre se acercó al primer hijo] “Hijo, ve hoy a trabajar a la viña”. Él le respondió: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Cabría la posibilidad de que este hijo representara a los que son más rebeldes, por calificarlos de alguna forma, y no aceptan las cosas así porque sí. Podríamos pensar que son aquellos que, aún a riesgo de ser tildados como desobedientes, polémicos o como se les quiera llamar, por principio o por manera de ser se niegan o no acatan las órdenes porque la haya dictado la jerarquía, o mejor, precisamente por provenir de la jerarquía, por principio lo ponen en cuarentena. Podrían ser aquellos que tienen que sopesar los pros y las contras, primero tienen que meditar, reflexionar, consultar, etc. y solo después, si están convencidos aceptan. Seguramente el solo convencimiento les lleva a la obediencia. Lo que sí podemos afirmar con toda certeza es que son aquellos que después de hablar lo no debido (pecar) se arrepienten y actúan. Tienen la virtud del arrepentimiento, les pesa tener esa forma de ser  y sienten aflicción y pesadumbre. No son cristianos de palabra, sino de obra.

Después le dijo al otro hijo lo mismo y este le respondió: “Voy, señor”; pero no fue. Por el contrario este hijo representa a los que lo primero que hacen es decir sí, pero después se dan media vuelta y si te vi  no me acuerdo. No son contestatarios, tienen muy buenas palabras y semblante amable, pero sus obras son nulas. Son los que solemos llamar hipócritas, tienen una gran disconformidad entre las palabras y las acciones. Mientras no se conocen a fondo los tenemos por cristianos modélicos porque hacen muy bien su papel, pero las obras dictan mucho del comportamiento del buen cristiano y por supuesto no poseen el sentimiento del arrepentimiento.

O sea que el cristiano ideal sería el que sus palabras y sus obras van en consonancia y si alguna vez, por debilidad, peca, siente la necesidad del arrepentimiento.

Por desgracia el cristiano “modelo” apenas existe porque somos humanos y caemos muchas veces a lo largo del día, por lo que abunda más el cristiano “corriente”, el vulgar, el de contradicciones. Pero para dignificar su conducta tiene el arrepentimiento. Se convertirá en buen cristiano si después de haber pecado arrostra la caída, pide perdón a Dios y al hermano, si fuere el caso, y se levanta, no permanece y se acomoda en el fango. Digamos que a la luz del evangelio necesariamente el arrepentimiento es la tabla de salvación del cristiano “común”. Esto no quiere decir que el cristiano sea un ser pasivo; que, como se suele decir, se eche el alma a las espaldas y, porque sabe que tiene el confesonario, no intente mejorar, sino que como ser humano que es, es débil y cae, pero tiene la humildad de arrepentirse y la voluntad de volver a empezar.

Así que tenemos en nuestras manos la salvación por medio del arrepentimiento.  Lo dice el profeta Ezequiel (18, 27-28): Cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo […] él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente  vivirá y no morirá.


Pedro José Martínez Caparrós

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