sábado, 14 de octubre de 2017

XXVIII domingo del Tiempo Ordinario



La pertenencia a la Iglesia es un don y una tarea

La parábola pertenece al mismo contexto que las dos anteriores, dirigidas todas ellas a sumos sacerdotes y ancianos que piden cuentas a Jesús por la expulsión de los mercaderes. En ella se presenta la Historia de la salvación (Antiguo Testamento – Jesús – Iglesia primitiva) bajo la figura del banquete y, en este contexto, el papel  que juegan los sumos sacerdotes y ancianos, representantes de una religiosidad deformada, y el  que jugamos nosotros, miembros de la Iglesia.

        El tema del banquete tiene rica tradición bíblica. Está enraizada en la experiencia humana, que lo concibe como acto en que se satisfacen necesidades existenciales, como la comida y la bebida, en un contexto social de alegría, familiaridad, amistad,  comunión. La primera lectura recuerda un texto en que se presenta el futuro reino de Dios con la figura del banquete. También Jesús en su ministerio se sirvió también de esta figura: come con los pecadores para significar que el reino de Dios es comida de Dios que comparte su mesa con los pecadores perdonados, y especialmente nos dejó su memorial, la Eucaristía, bajo la forma de un banquete.

        El texto de la parábola que ofrece san Mateo está fuertemente alegorizado para iluminar el momento en que escribe a su comunidad hacia el año 80; como está inspirado, es palabra de Dios para los cristianos de todos los tiempos. Organiza el banquete Dios padre, protagonista de toda la Historia de la salvación y de todo este relato. El banquete no es uno cualquiera sino el banquete de bodas de su Hijo. La boda en este contexto es una alianza especial de Dios con la humanidad. Envía siervos (Profetas del AT) a avisar a los ya invitados, es decir, a los miembros del pueblo elegido, Israel, pero éstos no quisieron ir. Hay un segundo envío más detallado que el anterior, pues se explica que ya está todo a punto, pero recibe un trato peor, pues incluso maltratan y matan a los enviados (es la misión de Jesús y los apóstoles). Ante esto, el rey destruye la ciudad (destrucción de Jerusalén el año 70). A pesar de todo lo sucedido, el banquete tiene que llevarse a cabo. El banquete del reino no está en juego, pues lo dispone Dios padre, protagonista de la historia, y se realizará. Lo que está en juego es el número y calidad de los que van a participar en él. Para eso Dios organiza la misión fuera de la ciudad, por los caminos del mundo, dirigida a personas que no habían sido invitadas como los primeros, es decir, a los gentiles;  responden a la invitación muchos, “malos y buenos”. Este detalle sugiere que entre los que entran, es decir, entre los que integran hoy día el banquete en la Iglesia de Dios  hay malos y buenos.
        La parte final de la parábola está dedicada al discernimiento y separación entre malos y buenos. No basta con haber recibido el don de la llamada, hay que corresponder adecuadamente a ella, vistiendo el vestido de bodas, para ser de los escogidos. El vestido de bodas en este contexto es estar en gracia de Dios, es decir, vivir en comunión con Dios, y como Dios es amor, vivir en comunión de amor con Dios y con el prójimo. Lo llamamos gracia porque es un don de Dios.

        La parábola alegorizada es una fuerte interpelación a los que celebramos la Eucaristía sobre nuestra situación. Estar bautizados y  estar aquí participando la Eucaristía es un don de Dios que nos ha llamado y debemos agradecer. Nuestra situación es el comienzo del banquete, que todavía no es estancia definitiva, pues antes todos seremos examinados de amor para poder participar definitivamente.  Todo ello nos exige corresponder, una tarea que hemos de realizar vistiendo cada vez más el vestido del amor a Dios y a los hermanos, tarea posible en aquél que nos conforta (2ª lectura). Igual que muchos en el AT fueron llamados y quedaron descalificados, igual nos puede suceder a nosotros. La negativa de los israelitas no debe ser motivo de autocomplacencia por nuestra situación, sino una llamada a la conversión, pues también nosotros seremos examinados. La parábola no pretende infundir miedo sino despertar la responsabilidad ante este tiempo de gracia. La conversión es tarea constante de todos los miembros de la Iglesia, siempre santa y pecadora.


Dr. Antonio Rodríguez Carmona

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