sábado, 20 de julio de 2019

XVI Domingo del Tiempo Ordinario





Primera lectura:
Gén 18,1-10a: Señor, no pases de largo junto a tu siervo
Salmo Responsorial:
Sal 14,2-3ab.3cd-4ab.5: Señor, ¿Quién puede hospedarse en tu tienda?
Segunda lectura:
Col 1,24-28: El misterio escondido, revelado ahora a los Santos
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 10,48-32: Marta le recibió en su casa. María escogió la mejor parte.

La oración es fundamental en la vida cristiana

Este domingo y el siguiente los evangelios hablan de la oración. Para evitar repeticiones, éste está dedicado a la importancia y necesidad de la oración, especialmente en contexto eucarístico, y el siguiente, a su contenido.

El episodio de Marta y María no quiere contraponer en absoluto vida activa y contemplativa. Viene inmediatamente después de la parábola del Buen Samaritano, en la que se nos pide a todos hacernos cercanos del necesitado y por ello implicados en la vida activa. Lo que se critica es una dedicación a la vida activa que impida estar con Jesús, que es lo principal.

Es importante trabajar para Jesús, pero esto debe ser consecuencia de una amistad y relación personal con él, que es lo importante. La oración es el tiempo especial de relación con Jesús y por él con Dios, nuestro padre. No basta decir que yo trabajo pensando en Jesús; eso está bien, pero no excluye el rato de soledad íntima con él, como no le basta a un padre trabajar para su familia pensando en ella y por ello procura tener tiempos especiales de trato íntimo con su esposa e hijos. Por eso hoy se critican las condiciones de trabajo que impiden o dificultan la vida familiar. En esta misma línea el episodio de Marta y María invita a programar de tal forma la vida que siempre quede a salvo la relación inmediata y directa con Jesús en la oración. Hay que trabajar por el reino de Dios, pero en definitiva “Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles, si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas...” (Sal 127,1)

El creyente es peregrino siempre en camino. Pero no se trata de andar por andar sino de recorrer el camino querido por Dios Padre haciendo su voluntad, ayudados con la luz y fuerza del Espíritu Santo. Y esto exige estar siempre conectados con el Padre. La oración tiene una función análoga a los GPS (guía por satélite), que, por una parte, van indicando el camino correcto hacia la meta desde el punto concreto en que se encuentra el automóvil, pero, por otra, exigen estar siempre conectados y escuchando. San Lucas en su doble obra –Evangelio y Hechos de los Apóstoles- presenta a Jesús y la Iglesia primitiva como modelos de oración. Jesús comienza su ministerio, en el bautismo, orando; en contexto de oración supera la tentación; durante su ministerio pasa largos ratos de la noche en oración, especialmente siempre que va a realizar algo importante, como la elección de los Doce o cuando les pregunta sobre su identidad, pero especialmente antes de su pasión. Igualmente aparece en Hechos. La oración es fundamental para el discípulo que tiene que recorrer ahora su etapa de camino.

Orar es un tú a tú con un amigo para tratar de cuestiones comunes. Esto implica primero conectar con quien queremos hablar, igual que hacemos con el teléfono cuando queremos hablar con alguno. Podemos conectar con  Dios, nuestro padre, directamente, o por medio de Jesús, que es el mediador necesario y todo trato con él nos lleva al Padre. En esta tarea es importante que pidamos la ayuda del Espíritu Santo, pues sin ella es imposible la oración. Una vez conectados, debe comenzar un diálogo animado por el amor en que se habla de agradecimiento por los beneficios recibidos, se exponen nuestros deseos y dificultades y se pide por los problemas presentes. Como en todo diálogo, hay que hablar y escuchar y esto último exige silencio de escucha. Por eso no hay que estar todo el tiempo hablando, hace falta ratos de silencio para acoger lo que se nos dice de varias maneras, como puede ser comprender y convencerse de la verdad de una frase del evangelio o de un consejo recibido o de un paso que estamos pensando dar... El Señor siempre responde, a veces su mismo silencio es respuesta que nos educa en la gratuidad. Naturalmente este diálogo se realiza en la oscuridad de la fe. La oración es una exigencia de la fe y solo tiene sentido dentro de ella.
No confundir la oración con actos útiles que la preparan, pero no son propiamente oración, como puede ser la preparación psicológica, que ayuda para centrarse en este diálogo o como la meditación, pues meditar es reflexionar sobre la palabra de Dios e iluminar la vida con ella en la situación concreta. Esta debe ser la puerta inmediata que lleve al diálogo y con ello a la oración propiamente dicha, pero si no hay diálogo, no hay oración.

Oramos como miembros de la familia de Dios, en primera persona del plural, solidarios con todos los miembros de la Iglesia, pues Jesús nos enseñó a orar diciendo Padre nuestro,  no Padre mío.  La oración del discípulo debe ser eclesial.  La celebración de la Eucaristía es la máxima expresión de la oración eclesial, por lo que es importante que nos entrenemos a participarla como acto de oración. Esto implica una preparación remota, leyendo previamente las lecturas para que las meditemos y preparemos la respuesta que vamos a dar al Padre por medio de Jesús, y una preparación inmediata, yendo al templo antes de empezar la celebración para conectar  con Jesús y con Dios Padre. De esta forma la celebración de la Eucaristía será celebración de un acto de oración en que nos habla el Padre por Jesús y respondemos por medio de él.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona




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