De sobra es conocido este
Evangelio de Jesucristo según san Marcos. Un personaje cuyo nombre no se
revela, se acerca a Jesús, quizá intrigado por la fama que le acompaña y no
exento de la inquietud de hacerse su discípulo. Le reconoce como Dios, ya que
se arrodilla ante Él, y le llama “Maestro bueno”. Y le pregunta qué debe hacer
para heredar la Vida Eterna.
Hasta ahí creo que podemos
encontrar una analogía con nuestro modo de pensar actual o quizá ya pasado, si
Dios ha tenido a bien revelarnos su Palabra en los momentos actuales que
vivimos.
Y Jesús le contesta con
sencillez sobre los Mandamiento escritos en la Ley de Moisés: “…No matarás,
no robarás, no cometerás adulterio, no darás falso testimonio, no estafarás,
honra a tu padre y a tu madre…”
Y aquí es donde quería
comentar un poco algo curioso que antes no había meditado. Parece que, para
Jesús, lo más importante es la segunda parte de las DIEZ PALABRAS DE LA LEY DE
MOISÉS. Lo que decimos los Diez Mandamientos.
Si nos fijamos bien, de los
diez Mandamientos, los tres primeros son
amar a Dios sobre todas las cosas, no tomar el Nombre de Dios en vano y
Santificar las fiestas; en esencia son los Mandamientos del Shemá: “…Escucha
Israel: amarás a Yahvé tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todas tus fuerzas…” (Dt 6, 4-10). Y los siete restantes, se refieren a la
relación con el prójimo.
Lo primero que llama la
atención es la simbología numérica, los tres primeros se refieren a Dios en su Trinidad:
tres Personas distintas de una sola Naturaleza. Los otros siete, representan
“la plenitud” representada en este número siete.
Pero lo verdaderamente
importante es que el Señor Jesús parece como que lo primero que le pide al
joven que se le acerca es que cumpla con sus hermanos, con los mandamientos que
podrían parecernos menos importantes en la versión dada por el Shemá.
Y es que para Jesús, el amor
hay que derramarlo en los hermanos para
llegar luego a Él. No en vano dirá Juan:”Si uno dice: Amo a Dios, y odia a
su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no
puede amar a Dios a quien no ve…” (1 Jn 4,20).
El resto del Evangelio,
incluido la huida del joven desconocido, es sobradamente conocido y comentado.
Sólo quería resaltar lo curioso del “anonimato” de este joven. Quizá podríamos
pensar que este anonimato es porque en él estamos reflejados de alguna manera
también nosotros.
Pidamos al Señor que aleje
de nosotros esta actitud, y sea Él nuestro ÚNICO Señor; no el primero,
sino el ÚNICO; pues si Dios es el primero en nuestro corazón, es porque
también hay un segundo y un tercero…que fácilmente pueden pasar al puesto
primero.
Alabado sea Jesucristo
Tomas Cremades
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