sábado, 6 de febrero de 2016

El amor a los hermanos.- (El joven rico (Mc 10,17-30)



De sobra es conocido este Evangelio de Jesucristo según san Marcos. Un personaje cuyo nombre no se revela, se acerca a Jesús, quizá intrigado por la fama que le acompaña y no exento de la inquietud de hacerse su discípulo. Le reconoce como Dios, ya que se arrodilla ante Él, y le llama “Maestro bueno”. Y le pregunta qué debe hacer para heredar la Vida Eterna.

Hasta ahí creo que podemos encontrar una analogía con nuestro modo de pensar actual o quizá ya pasado, si Dios ha tenido a bien revelarnos su Palabra en los momentos actuales que vivimos.

Y Jesús le contesta con sencillez sobre los Mandamiento escritos en la Ley de Moisés: “…No matarás, no robarás, no cometerás adulterio, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre…”

Y aquí es donde quería comentar un poco algo curioso que antes no había meditado. Parece que, para Jesús, lo más importante es la segunda parte de las DIEZ PALABRAS DE LA LEY DE MOISÉS. Lo que decimos los Diez Mandamientos.

Si nos fijamos bien, de los diez Mandamientos, los tres primeros  son amar a Dios sobre todas las cosas, no tomar el Nombre de Dios en vano y Santificar las fiestas; en esencia son los Mandamientos del Shemá: “…Escucha Israel: amarás a Yahvé tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas…” (Dt 6, 4-10). Y los siete restantes, se refieren a la relación con el prójimo.

Lo primero que llama la atención es la simbología numérica, los tres primeros se refieren a Dios en su Trinidad: tres Personas distintas de una sola Naturaleza. Los otros siete, representan “la plenitud” representada en este número siete.

Pero lo verdaderamente importante es que el Señor Jesús parece como que lo primero que le pide al joven que se le acerca es que cumpla con sus hermanos, con los mandamientos que podrían parecernos menos importantes en la versión dada por el Shemá.

Y es que para Jesús, el amor hay que derramarlo en  los hermanos para llegar luego a Él. No en vano dirá Juan:”Si uno dice: Amo a Dios, y odia a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve…” (1 Jn 4,20).

El resto del Evangelio, incluido la huida del joven desconocido, es sobradamente conocido y comentado. Sólo quería resaltar lo curioso del “anonimato” de este joven. Quizá podríamos pensar que este anonimato es porque en él estamos reflejados de alguna manera también nosotros.

Pidamos al Señor que aleje de nosotros esta actitud, y sea Él nuestro ÚNICO Señor; no el primero, sino el ÚNICO; pues si Dios es el primero en nuestro corazón, es porque también hay un segundo y un tercero…que fácilmente pueden pasar al puesto primero.

Alabado sea Jesucristo


Tomas Cremades

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