Todos nos
tenemos que convertir
El
Evangelio denuncia una trampa de cuño fariseo en que todos podemos caer, el
creer que la conversión es algo que no nos afecta. Los que comentan a Jesús lo
sucedido a los galileos con Pilato, creen que ha sido un “castigo de Dios”,
porque eran pecadores, aunque lo disimulaban y nadie lo sabía; sin embargo Dios
lo ve todo y castiga a todos los “malos”. A ellos no les sucede nada porque son
“buenos”. Jesús niega radicalmente este planteamiento. No tiene sentido dividir
el mundo en “buenos y malos”. Todos
somos pecadores, pues no respondemos a los dones de Dios y todos debemos
convertirnos.
Hoy
día somos alérgicos al tema del pecado. Hay quienes incluso le niegan la
existencia, llamándolo error, pero esto en realidad sirve de poco; es como
llamar error del organismo a una enfermedad y no hacer caso: seguirá su proceso
destructor. Ciertamente, hay que “evangelizar” la idea de pecado, librándola de
connotaciones psicológicamente negativas. El pecado en el contexto del
Evangelio es incluso una “buena noticia”. Lo es porque se trata de un mal
interno en nuestra vida de hijos de Dios y es necesario conocerlo para poderlo
erradicar. Lo es porque Dios Padre nos ama y quiere nuestra vida; por ello nos
ilumina para ver lo que nos destruye y nos ofrece los medios para superarlo. La
primera lectura presenta la revelación de Dios a Moisés como el Dios que no
quiere la opresión, la esclavitud ni el mal, el Dios cuyo nombre es “plenitud
del ser” y quiere la vida plena de sus hijos. En este contexto nos invita a
erradicar de nuestra vida con su ayuda lo que nos esclaviza y destruye.
Porque
es el Dios de la vida, el Dios amor, nos quiere hacer hijos suyos. Por la fe y
el bautismo lo hemos aceptado y, desde entonces, nos une a él un cordón
umbilical permanente, por el que recibimos constantemente la vida-amor de hijos
de Dios. Pecado mortal es romper el cordón umbilical, una acción que nos
produce la muerte como hijos; pecado venial es acumular “colesterol” en el
cordón umbilical, reduciendo el caudal de amor que se recibe, con detrimento de
la vida del hijo de Dios que languidece poco a poco en lugar de crecer y
madurar en el amor, que es lo
importante, pues al final seremos examinados de amor.
Una
de las palabras con que la Biblia designa el pecado es deuda. Si Dios nos ama y nos da sus dones, tenemos que corresponder
para que los dones den su fruto (2ª lectura). Dios nos ama con totalidad y nos
pide que correspondamos con todo el
corazón, con toda el alma, con todas
las fuerzas, y que amemos al prójimo como a uno mismo, es decir, con totalidad, que es como nos amamos.
Desgraciadamente no lo realizamos, por lo que todos somos deudores. Lo que falta para llegar al todo es nuestra deuda. El pecado no solo es un mal para uno, es
también un mal para los demás. Reducir la deuda es tarea de toda la vida y
exige conocerla de forma concreta para irla reduciendo con la ayuda de Dios. De
aquí la necesidad de conocernos.
La
Eucaristía es revelación del Dios que quiere la vida y que nos liberemos de
esclavitudes. En ella le ofrecemos nuestra debilidad y pedimos ayuda para
superar nuestras deudas.
Rvdo. D. Antonio Rodríguez Carmona
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