Camino hacia la felicidad
Muchas
personas se preguntan si tiene algún sentido bautizar a un niño que ni se
entera de lo que está sucediendo, ni lo ha solicitado por sí mismo. En una
cultura tan individualista y tan poco comunitaria como la nuestra, es lógica la
pregunta. Por su parte, también la teología deberá mostrar en este tema una
mayor creatividad teniendo en cuenta que el sujeto, en el caso del bautismo de
los niños es, de alguna manera, un sujeto compartido: padres-hijo con vistas a
promover más tarde un sujeto autónomo. El niño no está solo.
Todo en el niño está
llamado a crecer y desarrollarse; también la fe y el modo de vivirla. De
ordinario, los padres deciden lo que creen que es mejor para el niño. Esto no
sólo en el plano de los cuidados físicos y el alimento, sino también en la
educación de los valores que lo capacitaran para caminar después de forma
personal por la vida. La cosa es importante porque se trata de ir hacia la
felicidad que todo hombre busca.
En la vida de la pareja,
siempre es relevante la llegada de un nuevo hijo. Es una ocasión privilegiada para
que sentimientos y pensamientos –profundos e intensos– se agolpen en el
interior de los padres durante los primeros meses. Contemplan el misterio
maravilloso de una vida ¡del no existir al existir! de una persona que llega a
este mundo especialmente ligada a ellos. Luego se da, tanto la alegría de una
vida nueva querida, como la inquietud esperanzada por el futuro de ese hijo. «
¿Qué será, será…? Es alguien que comienza el camino, ¿hacia dónde? ¿Sólo crecer
sano, trabajar y sobrevivir hasta la tercera edad? ¿Hacia dónde vamos él y
nosotros?. ¿Qué es la vida?. Cuando los padres desde su peculiar modo de ser
(nivel cultural, formación religiosa, madurez humana, psicología particular…)
relacionan con Dios este hecho de la vida, cumplen con su parte en el sacramento.
El
contacto con Dios es el verdadero sacramento, dice Simone Weil. En cierto sentido, se puede decir
que, por la educación en los valores trascendentales y solidarios, los padres
van comunicando al hijo el «espíritu santo». Es como sembrar la Palabra de Dios
en él y cultivarla. Ese es el compromiso de los padres.
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