sábado, 18 de enero de 2020

II Domingo del Tiempo Ordinario





Leemos alborozados la forma como Juan Bautista presenta a Jesús a Israel: "Ahí tenéis al Cordero de Dios que carga con nuestros pecados...".

No está anunciando que vaya a purificarnos exteriormente, sino en lo profundo de nuestro ser, ahí donde, como dice Pablo, el pecado engendra gangrena y muerte anímica (Rm 6,23). Es el pecado en general que nos encorva el alma, doblegando nuestra mirada hacia el suelo como a aquella mujer encorvada a quien Jesús enderezó (Lc 13,11..). Una vez erguida, los ojos de ambos pudieron cruzarse. El encorvamiento visible es signo de otro mucho más gravoso: el del corazón... si no lo descargamos en el Señor Jesús, ahí permanece, expuesto a la ley de la gravedad, es decir tirando de nosotros hacia el polvo. Jesús, como había sido profetizado (Is 53,4-6..), cargó con nuestro pecado y culpa, en forma de Cruz, y se encaminó hacia el Calvario. Por tres veces mordió el polvo.... por otras tres se levantó... 

¡Es increíble la Fuerza que da el Amor!  Con esta Fuerza, se dejó clavar en la Cruz y fue entonces cuando fuimos liberados de nuestra carga al gritar: ¡Padre, libérales, perdónales... están tan engañados que no tienen sabiduría... no saben lo que hacen!. 

En el Calvario, Jesús se vistió de Culpable y nosotros fuimos revestidos con su Inocencia... Éste es nuestro Señor... El Cordero que carga con nuestro pecado y el Pastor que con nosotros carga.

(P.Antonio Pavía-Misionero Comboniano) 
comunidadmariamadreapostoles.com

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