jueves, 9 de enero de 2020

Una luz les brilló




Al enterarse Jesús que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret se estableció en Cafarnaúm, junto al mar, en territorio de Zabulón y tierra de Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: “Tierra de Zabulón, y tierra de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”. Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:” Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos”. Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo. Su fama se extendió por toda Siria y le traían a todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y Él los curó. Y lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania. (Mt 4, 12-17.23-25)

REFLEXIÓN

Estamos en los inicios de la predicación de Jesús. Acaba de iniciar su “vida pública”: ha sido bautizado por Juan, primo segundo de Él, el Espíritu Santo ha dado testimonio público como Hijo de Dios, (Mt 3,17): “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco”, ha sido llevado por el Espíritu al desierto, ha superado las tentaciones del diablo (*), y Jesús se entera que Juan ha sido detenido por el rey Herodes. De sobra sabe que es el fin de su ministerio de predicación. 
Una primera meditación nos puede llevar a pensar que Jesús podía haber salvado a Juan. Y es cierto. Entonces, ¿por qué no lo hizo? Él, que es Dios, Hijo de Dios, con todo el poder de Dios, ¿no podía haberlo salvado? De la misma forma, Jesús podía haber librado de la muerte a su padre san José. Y tampoco lo hizo. Deducimos que no lo hizo porque no era esa la Voluntad el Padre.

Mucho tiempo después, Él mismo nos dirá: “…porque he bajado del Cielo no para hacer mi Voluntad, sino la Voluntad del que me ha enviado…” (Jn 6,38).

 Todos venimos al mundo con una misión concreta que tenemos que descubrir. La oración constante, las visitas a Jesús Sacramentado…la meditación…nos ayudará a descubrir el plan de Dios en nuestra vida. Tanto el Bautista, como san José, tenían una “misión” concreta: El uno era el Precursor, el que preparaba el camino de salvación, “la voz que clama en el desierto” (Jn 1,23); el otro era el “protector” del Niño Dios, y de María, su Madre, hasta que Jesús iniciara su Camino de Salvación para todo el género humano.

Nosotros también tenemos una misión; y hemos de pedir al Señor conocer su Voluntad. por eso, ¡fuera de nosotros la desesperación, cuando el “enemigo” nos diga que Dios no nos escucha! A veces pedimos lo que no nos conviene en orden a nuestra salvación…El Señor, está pendiente de sus criaturas: “…Señor, Dios nuestro, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él? (Sal 8, 5), “… lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad…”

Continúa el texto: “…El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló”.  Nos recuerda claramente la profecía de Zacarías, que, al tomar en brazos a su hijo, Juan Bautista, iluminado por el Espíritu Santo, en el bellísimo canto del “Benedictus” nos dirá: “…por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el Sol que nace de lo Alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz…” (Lc 1, 78-80).

Está profetizando que el pueblo ha visto una Luz grande, la Luz del mundo, Jesucristo, la Luz que brilla en las tinieblas del mundo. (Jn 8,12).

Por eso, todo el pueblo, todos los pueblos le seguían. Probablemente le seguían para conseguir favores, curación de enfermedades…igual que nosotros ahora. Pero ya que tomamos conciencia que este seguimiento es para curar nuestras dolencias del cuerpo y, sobre todo, del alma, reconozcamos en Jesús a nuestro Dios y Señor. Y démosle gracias por tanto Amor que derrocha en nosotros. Cuando curó a los leprosos, y de ellos, sólo uno volvió a dar las gracias, Jesús entristeció preguntando: “…No quedaron limpios los otros diez? Y dijo al samaritano: Vete, tu fe te ha curado…” (Lc 17,17-19).

Es por la fe por lo que sana nuestra alma. Y, como dice Pablo: “… la fe viene por la predicación del Kerygma (**) …” (Rom 10,17)

(Tomás Cremades) 
comunidadmariamadreapostoles.com


(*) Diablo es todo lo que nos aparte de Dios.
(**) Kerygma, es el anuncio de la Palabra de Dios, de su Evangelio


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