Dios dispuso leyes al universo; no depende,
pues de Dios, morir bajo cenizas ardientes sino de aquél que subestima la
grandeza del poder de las montañas, volcanes, mares y tormentas...
La evolución natural de la tierra... Y
no es que Dios no estuviera atento, no es que la Virgen no lo supiera, no es
que los Santos no lo vieran, no, todos lo sabíamos desde el comienzo de nuestra
existencia.
Y ahí están, coronando como titanes nuestros
paisajes; a veces gritan, otras escupen y otras duermen, solo duermen...
Son la evidencia manifestada en el momento
preciso. No es una catástrofe de la naturaleza sino una tragedia para quienes
albergan, como luces incrustadas, en su “amplio traje de baile”.
La Palma se parece en su forma a un corazón
que late por dentro, pero también lo hace por fuera pidiendo a Dios que detenga
las fuerzas que la crearon.
Pero Dios no impone el futuro, de eso
se encarga el universo y el hombre, uno sigue su curso y el otro debe
protegerse. Dios escucha y consuela de mil maneras.
Después de toda lágrima, si preguntas a
un palmero si ama a su isla te dirá que con toda su alma por muchos brazos
ardientes que la sentencien sin piedad.
¡Coraje, ánimo y amor del mundo para todo
este pueblo!
Emma
Diez Lobo
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