"Mi alma tiene sed del Dios vivo"... exclama casi gimiendo el salmista (Sal 42, 1...). Al expresarse así, no es que este teniendo un arrebato místico ni nada parecido, está abriendo su alma hacia el Dios vivo...y porque sabe que es el Dios vivo, sabe también que tiene ojos para ver sus penalidades, oídos para captarlas y acogerlas, boca para hacerle llegar Palabras de Vida..., también manos para acariciar tantas heridas que laceran lastimosamente su corazón y hasta su alma.
Es el Dios Vivo cuyo amor hacia el hombre que se anuda a Él por su Palabra y los Sacramentos, le eleva majestuosamente hacia lo más profundo de sus entrañas, sí, las de Dios, entrañas de infinito amor y misericordia como leemos con tanta frecuencia en las Escrituras.
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