No es Asturias una región vaciada, cuando del resto de España y allende nuestras fronteras, hemos visto este verano que era la opción más deseada por parte de mucha gente que ha descubierto en nuestra tierra la belleza de una naturaleza agreste y arcaica en sus bosques y montañas, en sus acantilados y playas, pintando de verde esperanza el horizonte de un jardín tan grande como sus rincones varios. Pero también es el encanto de sus pueblos, villas y ciudades, donde la gente amable y acogedora de nuestra tierra, hace que se encuentren verdaderamente como en casa, venga de donde venga el proveniente viajero que se allega a estos lares. Y una historia que rezuma páginas gloriosas en sus mil laberintos de luz y sombra, de sudor y sangre, de sueños y algazaras por los que brindar en lo tanto que tiene de positivo, o por lo que aprender cuando se han dado los malos momentos y las malas artes. Una historia sucedida que no hay que inventar, ni volver a escribir con tinta de ideología; una historia agridulce y claroscura, como siempre es la que los humanos logramos narrar con todos nuestros lances.
En esta
tierra nuestra tan rica en colores, en valores y esfuerzo cotidiano para
intentar hacerla mejor cada día, hay también una línea de trama religiosa. Las
raíces asturianas, son raíces cristianas que a través de los siglos ha ido
entonando su mejor himno con las notas de la caridad hecha gesto, la fe
profesada y la esperanza como motor de lo mejor cada mañana. Tropiezos y
fallos, también los hemos tenido… por el hecho empedernido de no ser ni querer
ser ángeles. Pero la sabiduría ancestral de nuestro pueblo, se acompasa con la
belleza natural que nos circunda y la bondad de nuestras gentes, teniendo esa
denominación de origen de la mejor tradición cristiana. Ahora se retiran los
visitantes, y vuelven nuestras calles y plazas a los viandantes de casa.
Nuestras altas cumbres serranas son de nuevo frecuentadas por los andares
montañeros astures, y nuestras costas cantábricas son surcadas por barcas y
redes de nuestras marineras brazadas.
Todo se
retoma, todo vuelve a su normalidad más habitual, con un curso que ahora
comienza tras la festividad de la Santina de Covadonga en la que izamos gozosos
el día de esta querida Asturias que nunca fue del todo conquistada. Pero no es
el cansino zambullirse en lo cotidiano sabido y manido, arrastrando aburridos
el desgaste del sudor en nuestras frentes, sabiéndonos a poco las escasas
holganzas. Porque afrontar así el recomienzo, es empezar perdiendo la batalla
ante el escepticismo y la desesperanza.
Todo nos
esperaba donde lo dejamos. La pandemia nos sigue provocando llamando a la
prudencia y a la responsabilidad en este pulso que ha puesto en jaque tantas
cosas. Los índices de paro laboral, especialmente entre la población más joven,
o la tasa de natalidad a la baja envejeciendo día tras día nuestra región, la
más encanecida y longeva de España, hace de llamada seria a preguntarnos qué
podemos hacer cuando hacemos poco o nada. Y el panorama que dibujan algunas
leyes inoportunas sin demanda ni debate social y demasiado oportunistas para la
demagogia gubernamental, siguen sembrando crispación y una impuesta
transformación de la vida en sus tradiciones, costumbres y convicciones
inveteradas. Pero no despeja este recomienzo del curso que ahora iniciamos, la
situación internacional con la inestabilidad de paz social entre los pueblos,
cuando vemos con pasmo lo que algunos fundamentalistas de turbante, hacen con
las mujeres, las niñas, y lo que hacen con los cristianos.
Asturias
tiene estas idas y venidas, al dar los primeros pasos en la nueva andadura que
juntos comenzamos. No en vano este punto de partida, goza de la mirada de
nuestra Santina de Covadonga que pone en nuestras manos y corazones, la
urgencia de un compromiso y la certeza de nuestra esperanza. Que ella nos
bendiga y nos guarde.
+ Fr.
Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo
de Oviedo
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