sábado, 12 de enero de 2013

ME APRIETO CONTRA TI

Acercarse a Dios, hacer del Evangelio alma de su alma, supone un salto cualitativo en la existencia; supone vivir en el mundo, estar en el mundo, sin dejarse atar por nada ni nadie. Así es como el hombre descubre a su Señor y lo  reconoce como  autor y dador de Vida. Posiblemente antes había conocido a ese que Jesús llama el Señor-Dinero. Todo aquel que ama la Vida sabe escoger a su Señor.






 

 

Bajo este prisma mesiánico, partimos con santo asombro, con adoración, la profecía que Dios puso en boca de Jeremías: “Le haré acercarse –referencia inequívoca al Mesías- y él se llegará hasta mí, pues ¿quién se jugaría la vida por llegarse hasta mí?...” ¡Sólo mi propio Hijo!, podría añadir Dios. Él es el único que confiará en mí hasta el punto-límite de depositar su vida en mis manos.

Jesús es el Buen Pastor por antonomasia; lo es porque cuando pone su vida en manos de su Padre, sus ojos y su corazón están pendientes de sus ovejas. Su fiarse de Dios crea el amor desconocido hasta entonces. Es Buen Pastor en orden al hombre. No es, pues, un título honorífico, sino una forma de pastorear por la cual las ovejas están por delante de su vida en lo que a prioridades se refiere  (Jn 10,11). Es Buen Pastor  también porque nos enseña a fiarnos de Dios, a crear entre el hombre y Él una relación totalmente nueva. Relación a la que Dios mismo se refiere en los siguientes términos: “Esta será la herencia del vencedor: Yo seré Dios para él, y él será hijo para mí” (Ap 21,7).

Dicho esto, continuamos con el texto mesiánico de Jeremías y vemos que Dios presenta a su propio Hijo, de quien dice –está profetizando la Encarnación- que lo acercará hacia sí. Esta puntualización va mucho más allá de una intimidad sentimental. El Hijo se aprieta contra el Padre  tal y como proclamaba confiadamente el salmista al ver su vida en peligro: “Mi alma se aprieta contra ti, su diestra me sostiene” (Sl 63,9).

Sólo así, a la luz de esta cercanía, tiene el hombre la garantía de que puede jugarse la vida por Dios. Si Él mismo no le acercase hasta su rostro, ¿quién sería capaz de poner en juego su vida? Un hombre sensato se juega la vida a una sola carta, sólo, y ahí está su sabiduría, si  tiene la certeza de que ésa es la carta ganadora. De no ser así, dejaría su existencia en manos del azar, en un acto de irresponsabilidad manifiesta.

La única razón por la que un hombre es capaz de jugárselo todo por una palabra recibida de Dios  es que en su camino de fe ha llegado al convencimiento de que  “su Palabra es verdad” (Jn 17,17): que no hay en ella mentira ni fraude; Dios la cumple dado que está en juego su honor, el honor de su Nombre (Jr 14,7).

Bajo este prisma sondeamos al Hijo de Dios, el Buen Pastor. Da la vida por sus ovejas no en un acto de heroísmo simplemente; su entrega está llena de sentido común, de sensatez y sabiduría. Se juega la vida sabiendo que no la pierde, sino que la recupera como Señor, como nos dice Pablo: “Se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre sobre todo nombre… y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR…” (Flp 2,8-11).

El apóstol hace esta impresionante confesión de fe, el triunfo de Jesús sobre la muerte, sin duda por lo que ha visto y oído; mas no sólo por ello. Pablo tiene conciencia de que su Pastor fue hacia la muerte sabiendo que nadie le podía arrebatar la vida que se había jugado a la carta de la obediencia-confianza a su Padre. “Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; este es el mandamiento que he recibido de mi Padre” (Jn 10,17-18).

“Por eso me ama el Padre” -empieza diciendo Jesús- ¡porque creo realmente en Él! Sé que no me va a dejar a merced de la muerte, por eso me la juego; doy mi vida para recobrarla de nuevo y la doy voluntariamente; por amor a Él y a mis ovejas. Al final y como broche de oro nos dice: Éste es el mandamiento que he recibido de mi Padre.

 

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