viernes, 18 de enero de 2013

UNA BUENA APUESTA

Lo realmente asombroso de la experiencia que el hombre hace con Dios es que Él le lleva por su camino personal, el solamente suyo. Es suyo porque es total y absolutamente  original,  nadie lo ha transitado; está trazado a la medida de sus pasos. Es su camino, el suyo; es su experiencia, su existencia.




 


Jesús obedece al Padre no como puede obedecer ciegamente un miembro de un club o secta, unas normas o reglas a fin de ser admitido. Jesús obedece a su Padre por el hecho de que “el mandamiento que ha recibido de él” es Palabra de vida, según la acepción que el término mandamiento tiene en la Escritura (Hch 7,38 – Si 45,5, etc).
He ahí la carta ganadora de Jesús: que el mandamiento de su Padre es Palabra de vida que se enseñorea sobre la muerte; es carta ganadora porque sus mandamientos le mantienen junto a Él en el Amor. “He guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn 15,10). Los he guardado, los he hecho míos, carne de mi carne y espíritu de mi espíritu, porque en ellos, “en su Palabra está la vida” (Jn 1,4).
Jesús es el Buen Pastor y Maestro de pastores. Les enseña –como diría san Francisco- con una paciencia infinita a confiar en Él al igual que un hijo confía en su padre. Sólo en la escuela de la confianza que es el Evangelio, puede el hombre llegar a saber que Dios es fiable en todas sus propuestas, las que hace llegar al corazón mediante la escucha de su Palabra. Sólo llegando a esta madurez de confianza, que no es otra cosa que cercanía a Dios, puede un hombre “jugarse la vida por Él,” como profetizó en Jeremías.
Jesús, Pastor y Maestro de pastores, enseña a los suyos, a aquellos a quienes confía su Evangelio, como confiesa con estupor Pablo (1Tm 1,12), a perder la vida, con la certeza –he ahí la apuesta ganadora- de recuperarla. Lo prometió a todos aquellos que la pusieran en sus manos: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8,35).
Los pastores según el corazón de Dios “pierden su vida por su Señor y su Evangelio”. Fijémonos en que el mismo Jesús nos hace ver que su Evangelio es indisoluble con Él. Estos pastores “pierden” su vida en la misma línea que su Maestro: no por heroísmo ni por arrojo o valentía, sino porque saben que la recuperan, la ganan. En realidad siguen los mismos pasos o huellas que Él en su camino de fidelidad al Padre. Lo siguen con la misma garantía de que en su Evangelio-mandamientos  está encerrada la Vida. En su experiencia de Dios han venido a saber que el Evangelio está a la altura de su alma: la infinitud; y esto es lo que todo hombre busca consciente o inconscientemente, por caminos rectos o torcidos. Esto es lo que buscamos todos porque hace parte de nuestro ser.
Pastores, pues, sabios como lo es su Señor y Maestro. Pastores que, como un buscador de perlas preciosas (Mt 13,45), buscan hasta encontrar la vida e inmortalidad que irradia el Evangelio, como atestigua Pablo: “… la Manifestación de nuestro Salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte y ha hecho irradiar vida e inmortalidad por medio del Evangelio para cuyo servicio he sido yo constituido heraldo, apóstol y maestro” (2Tm 1,10-11).
Los discípulos que Jesús llama a ser pastores encuentran la vida e inmortalidad en sus palabras y, por la alegría que les da, –no por heroísmos ni ascesis- van al encuentro de sus hermanos desafiando fronteras, razas y culturas con una sola intención: hacerlos eternos en Dios.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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