sábado, 6 de agosto de 2016

Domingo XIX Tiempo ordinario



No temas, pequeño rebaño

        La palabra del Señor pretende ayudarnos a unirnos a Jesús, el que se hace sacramentalmente presente en esta Eucaristía. Vamos a unirnos al que “a pesar de su condición divina, no hizo alarde su categoría de Dios, sino que se hizo débil, pasando por uno de tantos. En su debilidad realizó su tarea de servicio, dando su vida por los demás,  apoyado con optimismo solo en el poder del Padre, sin temer poderes humanos. 

La palabra del Señor invita a los cristianos al optimismo, a pesar de su pequeñez sociológica. Claramente lo afirma Jesús en el Evangelio, donde habla de la necesidad de superar complejos de inferioridad y temores, porque Dios está con ellos,  les ha hecho partícipes  del Reino y les ha encomendado la tarea de darlo a conocer. Históricamente Jesús dirigió a sus discípulos esta exhortación en un momento de su ministerio en que la masa le está abandonando, porque no está de acuerdo con su predicación, tan alejada de sus intereses materiales. Da la impresión de que todo va al fracaso. Las otras lecturas completan esta enseñanza: los israelitas en Egipto, a pesar de su debilidad, salen de Egipto con optimismo, confiando en la protección de Dios (1ª lectura). Y es que, como dice la 2ª lectura, la “fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve”. La fe hace participar el poder de Dios, que nunca falla, y por ello es fuente de optimismo, a pesar de la pequeñez.

        El mensaje tiene plena actualidad en estos momentos en que el cristiano vive su fe en un contexto sociológicamente hostil, en que los medios de comunicación,  el ambiente, los grandes lobbis, están ajenos al Evangelio, cuando no claramente en contra. Es un ambiente que invita a temores, a complejos de inferioridad y a recluirse en un ghetto, pero el Señor no quiere nada de eso. Aunque no son del “mundo”, han de vivir su fe y darla a conocer en el mundo, para poder ser testigos y fermento en él. El cristiano es enviado por Dios, va en su nombre y sólo en Él reside su fortaleza, pues da a cada uno la audacia, valentía y libertad (la “parrhesía”)  que capacita para vivir en un medio hostil.

        Si sólo en Dios reside su fortaleza, esto implica no buscarla en medios mundanos, como en poder político, el poder económico y, mucho menos, en poderes demoníacos (la mentira, la injusticia, el robo…), como enseña la tercera de las tentaciones que superó Jesús, donde el Tentador ofrece a Jesús todos los poderes del mundo si le adora. Por eso la Iglesia debe evitar la tentación de ser fuerte entre los fuertes, pues lo suyo es aparecer como necedad y debilidad 1 Cor 1, 19-21). La historia de los fracasos eclesiales cuando ha querido apoyarse en poderes humanos. Su único apoyo es la fe. La Iglesia ciertamente ha de emplear medios humanos para la realización de su tarea, pues esto es necesario para toda persona y grupo humano, pero en la medida de la necesidad, y medios disponibles para todos, sin ningún tipo de privilegio.

Dios promete a la Iglesia esta seguridad, no para que viva tranquila y sin problemas, sino para que sirva a los hombres. Por eso la exhortación de Jesús continúa hablando de la necesidad de la vigilancia, una vigilancia que en tercer ejemplo se concreta en el servicio. Jesús vivió para servir a los demás y el cristiano ha de seguir este camino. La Iglesia, cuerpo de Cristo, consta de muchos miembros y servicios; cada un oi tiene una tarea concreta que ha de realizar con fidelidad. Dentro de la familia, iglesia doméstica, dentro de la comunidad eclesial, dentro de la sociedad. San Pablo ofrece un buen ejemplo de lo que es servir, en su discurso de despedida a los presbíteros de Éfeso: “No he omitido por miedo nada de cuanto os pudiera aprovechar, predicando y enseñando en público y en privado,  dando solemne testimonio tanto a judíos como a griegos (…)  Pero a mí no me importa la vida, sino completar mi carrera y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios (…).Testifico en el día de hoy que estoy limpio de la sangre de todos:  pues no tuve miedo de anunciaros enteramente el plan de Dios. Tened cuidado de vosotros y de todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto como guardianes para pastorear la Iglesia de Dios, que él se adquirió con la sangre de su propio Hijo. (…) Por eso, estad alerta: acordaos de que durante tres años, de día y de noche, no he cesado de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno en particular (Hch 20,20.21.24.26-28.31).

Como dice san Pablo, la Iglesia es de Dios, no nuestra. El que recibe una tarea no es su dueño, sino su servidor, que ha de dar cuentas: “Al que mucho se le dio, mucho se le exigirá; al que mucho se le confió, más se le exigirá”.

D. Antonio Rodríguez Carmona


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