martes, 11 de septiembre de 2018

MATER DEI. 12 SEPTIEMBRE: DULCE NOMBRE DE MARÍA





“El nombre de la virgen era María” (Lc 1,27)

Mater Dei. En el nombre se dice la persona. En el nombre de María, además, se dice todo el misterio de Dios. María, Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa de Dios Espíritu Santo. El evangelista Lucas la llama «María»; el ángel, en cambio, la llama «Llena de gracia». San Juan gusta de llamarla a menudo «Madre», mientras que el evangelista Mateo la llama «Esposa de José». Su prima Isabel se dirige a ella llamándola «Madre de mi Señor» y «La que ha creído». Y en el cántico del Magníficat, María se llama a sí misma «Esclava del Señor», al tiempo que profetiza que todas las generaciones la llamarán «Bienaventurada».

Todos los nombres y títulos de María resultan insuficientes para compendiar la grandiosa maternidad virginal que en Ella se cumple? Pronunciar despacio el nombre de María, dejando que el corazón se pare en la contemplación de esta Madre tan querida, es una forma sencilla y profunda de orar. Cómo se embelesa el alma al ponderar ese nombre santo, que enamoró el corazón de Dios, en los albores de la encarnación de Cristo. Cómo descansa el corazón en este dulce nombre, que tanto alivia nuestros sufrimientos y descansa nuestros afanes.

Cuando emprendas tareas especialmente delicadas y difíciles, cuando te topes con problemas que te superan, con personas difíciles, con situaciones de dolorosa lejanía de Dios, en tus labores más cotidianas, al salir de casa, al levantarte y acostarte, dí ¡…María…! María, siempre y en todo. Acostúmbrate a repetir suplicante ese nombre delicioso, en cualquier circunstancia y momento, y verás que tus días se colman de esa dulce presencia que también llenaba la casa sagrada de Nazareth.

María ha de ser la Madre de esa casa de tu alma, en la que Dios quiere habitar y descansar. No hay nombre que más llene y embellezca el alma que el nombre santo de María, cuando se pronuncia y saborea en el silencio de la contemplación. 


SIGNIFICADO DEL NOMBRE DE MARIA

-En el idioma popular significa: "La Iluminadora". (S. Jeronimo M 1.23.780)

-En el idioma arameo significa: "Señora" o "Princesa" (Bover).

-El significado científico de María en el idioma hebreo es: "Hermosa" (Banderhewer).

-En el idioma egipcio que fue donde primero se utilizó este nombre significa: "La preferida de Yahvé Dios". (Éxodo 15, 20). Mar o Myr, en egipcio significaba la más preferida de las hijas. Y "Ya" o "Yam", significaba: El Dios verdadero -Yahvé-. Así que MAR-YA o MYR-YAM en egipcio significaría: "La Hija preferida de Dios" (Zorell).

Padres de la Iglesia:

El nombre hebreo de María se traduce por Domina en latín; el Ángel le da, por tanto, el título de Señora (SAN PEDRO CRISÓLOGO, Sermón sobre la Anunciación de la B. Virgen María, 142).

Estas palabras, el Señor es contigo, son las más excelsas que se le podían haber dicho. Con razón, pues, el Ángel reverencia a la Virgen, por ser Madre del Señor, y Señora por tanto. Y le es muy propio el nombre de María, que en siríaco quiere decir «Señora» (SANTO TOMÁS, Sobre el Avemaría, 1. c., p. 183).

Y el nombre de la Virgen era María. Digamos también acerca de este nombre, que significa «estrella del mar» y se adapta a la Virgen Madre con la mayor proporción (SAN BERNARDO, Hom. sobre la Virgen Madre, 2).

Porque sólo Ella conjuró la maldición, trajo la bendición y abrió la puerta del paraíso. Por este motivo le va el nombre de «María», que significa «estrella del mar»; como la estrella del mar orienta a puerto a los navegantes, María dirige a los cristianos a la gloria (SANTO TOMÁS, Sobre el Avemaría, 1. c., p. 185).

Con razón se la llama «María», que quiere decir «iluminada»: El Señor llenará tu alma de resplandores (Is 58, 11), y significa además «iluminadora de otros», por referencia al mundo entero; y se la compara a la luna y al sol (SANTO TOMAS, Sobre el Avemaría, 1. c., 182).

La palabra María significa en hebreo estrella del mar, y en siríaco Señora. Y con razón, porque mereció llevar en sus entrañas al Señor del mundo y a la luz perenne de los siglos (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. V, p. 36).


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