viernes, 7 de septiembre de 2018

Vacíos para la cordura





Es im­pac­tan­te lle­gar a mu­chas de nues­tras igle­sias y ver­las va­cías de obras de arte. Tem­plos que an­ta­ño po­se­ye­ron ma­ra­vi­llas gó­ti­cas, re­na­cen­tis­tas y ba­rro­cas, mues­tran sus pa­re­des de­sola­da­men­te va­cías, o qui­zás con pe­que­ños re­ta­blos de los años 50 del si­glo pa­sa­do. Al­gu­nas pa­rro­quias con­ser­van aún fo­tos en blan­co y ne­gro de la ri­que­za ar­tís­ti­ca que po­se­ye­ron, ya que sus ar­chi­vos his­tó­ri­cos tam­bién fue­ron que­ma­dos.

Ahora, que son tiem­pos de Me­mo­ria His­tó­ri­ca (en sin­gu­lar no en plu­ral), al­gu­nos ayun­ta­mien­tos reha­cen las to­rres de sus igle­sias o los pei­ro­nes, que, como hi­tos re­li­gio­sos en los ca­mi­nos, fue­ron des­trui­dos en la pa­sa­da gue­rra. To­da­vía en mu­chos pue­blos me se­ña­lan los la­dri­llos en­ne­gre­ci­dos, del sue­lo de la igle­sia, don­de se efec­tuó la pira. Tam­bién des­cu­bro como mu­chas pa­rro­quias, o in­clu­so el mu­seo dio­ce­sano, re­cu­pe­ran tro­zos de la des­truc­ción ma­si­va del pa­tri­mo­nio re­li­gio­so de todo un pue­blo. Miro al alto coro de una igle­sia y des­cu­bro unas cuan­tas ta­blas co­lo­ca­das, a modo de si­lue­ta, como el que co­mien­za el puz­le, de lo que fue la caja de un ór­gano. Es lo úni­co que que­dó, me di­cen con cier­to con­for­mis­mo.

Aho­ra, que nos va­mos acer­can­do al si­glo de lo que su­pu­so la ma­yor gue­rra fra­tri­ci­da de nues­tra his­to­ria mo­der­na, y que mu­chos han in­ten­ta­do re­co­lo­car en su co­ra­zón para po­der vi­vir en paz, veo como re­sur­gen, de una par­te y de otra, los vie­jos fan­tas­mas del mie­do y la re­van­cha. Cuan­do ha­blas con la gen­te de nues­tros pue­blos como sin que­rer sale el tema de la gue­rra. Solo los pue­blos que fue­ron gol­pea­dos por las dos par­tes ha­blan de la sin­ra­zón y la vis­ce­ra­li­dad que ge­ne­ró tan­to mal.

Tam­bién hubo al­cal­des que su­pie­ron de­fen­der a su pue­blo cuan­do vi­nie­ron a ase­si­nar (sólo por sus ideas) a al­gu­nos de los su­yos. Del mis­mo modo que pá­rro­cos que no qui­sie­ron dar lis­tas de su fe­li­gre­sía cuan­do se les pi­dió. To­dos ellos son ad­mi­ra­dos en la me­mo­ria co­lec­ti­va de sus pue­blos. A los que vi­vie­ron o se apro­ve­cha­ron de la re­van­cha, a esos debe se­pul­tar la losa del ol­vi­do.

Las per­so­nas sen­ci­llas de nues­tros pue­blos, nos dan cla­ses ma­gis­tra­les de cor­du­ra. Cuan­do me en­se­ñan los po­cos li­bros que pu­die­ron sal­var del sa­queo de su ar­chi­vo his­tó­ri­co, o la es­ta­tua re­com­pues­ta de mil pe­da­zos para que siga sir­vien­do para la de­vo­ción, cuan­do me di­cen aquí hubo un gran re­ta­blo y me mues­tran una foto aja­da don­de tan solo se vis­lum­bra la mag­ni­fi­cen­cia de aque­lla mo­nu­men­tal obra, cuan­do veo los va­cíos de­ja­dos tan solo ocu­pa­dos por tres pe­que­ñas ta­llas de es­ca­yo­la, cuan­do me se­ña­lan las bal­do­sas con la hue­lla abra­sa­da por el fue­go, … me re­con­for­ta ver cómo es­tas per­so­nas ha­blan con paz, ni si­quie­ra un mal ges­to, una pa­la­bra más alta, no anidan ni odio ni nada que se lo pa­rez­ca, lo úni­co que pi­den es que no re­pi­ta­mos la his­to­ria.

¡Ánimo y ade­lan­te!

+ An­to­nio Gó­mez Can­te­ro
Obis­po de Te­ruel y Al­ba­rra­cín



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