Caminando en domingo y
ya de noche, entre senderos, apriscos y montañas llegaba a Belén la Familia
Sagrada, tan cansados, tan muertos de frío…
María vestía un traje
azul con un manto también azul pero más oscuro y un velo blanco; iba en un
borriquillo gris, contenta y orando a cada paso... José se cubría con un manto
y su traje era de color canela. Puso sobre las manos de María, su paño de la
cabeza, para protegerlas del frío. Los dos llevaban sandalias.
¡Qué contrariedad!, todas
las posadas estaban ocupadas en Belén -la gente había ido allí a empadronarse
por orden de Herodes-. María, estaba incómoda y cansada, pero algo providencial
sucedió…
Un señor llamado Elías (¿El
profeta?), vio el estado de María y le ofreció un cazo de la leche recién
ordeñada; después les indicó donde encontrar un lugar para pasar la noche. Debían
ir por detrás de la ciudad, hacia las cuevas…
Allí estaba el santo
lugar. Era una vieja construcción derruida y sucia, convertida en establo de un
buey. Había escombros, troncos… José, colocando su zurrón en una especie de
“pilar”, se dispuso a limpiar el suelo con unas varas que encontró. .
De un “estante” cogió
paja para hacer un lecho a María que se sentó apoyada sobre un tronco, junto al
buey. José, dio de comer al burrito y en una olla vieja que encontró, fue a por
agua para el animal a un riachuelo cercano. Con su manto, tapó la “puerta”…
Hizo una hoguera en un
rincón ennegrecido por antiguos fuegos -no gastaría el aceite del candil-;
después, en una vieja banqueta, se sentó. Los dos estaban colocados de espaldas
a la puerta y en diagonal. Comieron pan y queso.
Más tarde, preparó en
un pesebre (era doble), una “camita” con paja para el que Nacería y María extendió
encima su manto (la paja pica).
A media noche cuando José
descansaba y María oraba, una luz inmensa y desconocida, inundó el lugar dejando
todo del color de la plata… Ella, de rodillas, entró en éxtasis y Virgen e
Inmaculada se vio con el Niño entre sus brazos.
Limpio, rosado, rubiales y gordito,
así era el Hijo de Dios.
María llamó a José que
se había tapado el rostro con las manos del fuerte resplandor. Éste se
arrodilló ante tal visión del Nacimiento y creyó no ser digno de tocarle.
Entre el buey y el
burro, colocó José el pesebre con el Niño Dios y Le protegió con su cuerpo, María
le cubriría con una piel de oveja.
El milagro para la
humanidad había sucedido. Nada fue casual aquel día 1 después del año 5.199 de
la Creación de la Fe.
Emma Díez Lobo
No hay comentarios:
Publicar un comentario