Es hermoso este libro que pones todos los días en mis manos para rezar.
Hoy he descubierto que yo te hablo y tú me respondes.
Es nuestro espacio de conversación, Señor.
No importa cuántas veces haya leído el mismo texto.
Hoy, tú decides acariciar mi alma con una palabra y, ayer, tú secaste
mis lágrimas con una frase de esperanza.
Otro día, me descubriste tu inmensidad en un verbo.
¿Quién sabe qué regalo del cielo me encontraré mañana en este libro,
que es nuestro pequeño espacio de encuentro diario, Señor?
Y guiaré a los ciegos por camino que no sabían,
les
haré andar por sendas que no habían conocido;
delante de ellos cambiaré las
tinieblas en luz,
y lo escabroso en llanura.
Estas cosas les haré, y no los
desampararé.
(Isaías 42:16)
Olga Alonso Pelegrin
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