Fue a nosotros, los bautizados, a quien
Dios se dirige sin escrúpulos: “Os convertís o pereceréis” (en Lc
13 1,9). No basta con creer que Jesús existió. El 90% “creyente” no ha
entendido que si no pone en práctica el Evangelio, no se salvará por mucha misa
que “escuche”… ¡Un golpe de los buenos!
Conversión
es que “te entre” el Evangelio y actúes en consecuencia:
¿Devuelves
bien por mal? Ni
se te ocurre, a “ese que le parta un rayo”.
¿Compartes
ganancias con el necesitado?
No es tu problema (te compras otro “Audi” mejor).
¿Expandes
el Evangelio?
¡Uy! eso es cosa de curas… ¡Claro, si no
sabes ni lo que dice!
¿Pides
por aumentar tu diminuta fe?
¡Qué es eso!
Y cientos de actitudes que no interesa
conocer… Pues sin conversión ¡No esperes sino la muerte!, porque no hay estados
intermedios, ni interpretaciones, ni inventos. Quien es realmente de Dios, lo
sabe. La pena es que tú que aún vives, ahí vas, infravalorando su advertencia ¡Te
da igual!, ojalá tengas tiempo suficiente y, aunque Dios te espera, no reparas
en un “desenlace” imprevisto (adiós a la oportunidad, en Mt. 24, 42-51).
Me descuadra la maldita ignorancia de
“los inteligentes”, poniéndose a la altura de Dios. ¡Mírate!, y no verás más
que venas que se destruirán; lo único incorruptible
que tienes es el alma. Si supieras cuántas se salvan y cuántas se condenan…
¡Temblarías!
No es más pecador aquel al que ves morir
por su maldad, que todos nosotros
“galileos” sin conversión (en Lc 13 1-9). No viviremos mucho tiempo ¡escúchaLe!,
todo lo que dice SE CUMPLE.
Emma Díez Lobo
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