Compartir como expresión de
nuestro sacrificio existencial
Otro de los valores que condicionan el conocimiento
de Jesús es el compartir como expresión de donación existencial (Evangelio y
primera lectura). La segunda lectura presenta el sacrificio existencial de
Jesús en contraposición con los sacrificios del AT a base de ofrecimiento de
animales. En la Biblia aparecen estos sacrificios como ordenados por Dios, pero
como expresión de la entrega de la persona a Dios. Desgraciadamente era
frecuente hacerlo sin las debidas disposiciones, por lo que de hecho no significaban
nada, pues todo se quedaba en ofrecer a Dios carne y sangre como si tuvieran
valor mágico y obligaran a actuar a Dios. Por ello los profetas los criticaban,
como hace Oseas: Misericordia quiero y no
sacrificio (6,6). A Dios no agrada la ofrenda de una persona injusta y
opresora. Cristo, en cambio, ha ofrecido directamente a Dios lo que él desea,
su corazón, su vida, manifestada en una entrega total a hacer su voluntad, lo
que le llevó a la muerte. Dios es dueño de todas nuestras cosas. Lo único que nosotros
tenemos propio es nuestro amor, nuestro corazón, pues el amor es esencialmente
libre y Dios no puede hacer que le amemos a la fuerza, pues eso sería destruir
el amor. Dios nos ama libremente y quiere que lo amemos también libremente,
amándolo con todo el corazón, toda la mente, todas las fuerzas... Esta es la
esencia de la vida cristiana.
Una de las formas de nuestro sacrificio existencial
es el compartir sincero, como ponen de relieve el evangelio y la primera
lectura. Jesús alaba la pequeña limosna
de la viuda porque era expresión de su entrega existencial a Dios. Una viuda en
aquel contexto social era una persona sola y totalmente desamparada. El dar lo
poco que tenía era un acto de amor y confianza plena en la providencia de Dios,
que “sustenta al huérfano y a la viuda” (salmo responsorial). Es un gesto que
recuerda el de la viuda de Sarepta (primera lectura), que también entregó todo
lo que tenía, confiada en la palabra del profeta Elías. En cambio, las
cantidades del rico no expresaban su entrega a Dios. El hecho de que Jesús
viera lo que hacía, es señal de que actuaba de forma visible, de manera que
todos vieran lo que echaba y lo alabaran. Por ello la cantidad donada solo era
expresión de su vanidad. Es una deformación de la vida religiosa ponerla al
servicio de nuestros egoísmos e intereses, que es lo que Jesús critica de los
escribas, lo que a su vez explica el rechazo de las enseñanzas de Jesús por
parte de ellos.
El salmo responsorial (145) alaba a Dios porque
cuida de los débiles y necesitados, tarea que quiere realizar por medio
nuestro, capacitándonos para ello. Por eso el compartir es una faceta
importante de la vida cristiana. El que se entrega a Dios pone sinceramente
todo lo que tiene a su disposición y a la de los hermanos, compartiendo con
alegría según sus posibilidades, pues Dios no mira la cantidad sino lo que
representa en nuestra vida, que será diferente según la situación de cada uno.
Unos céntimos representaban la vida de la viuda, pero para los que tienen
bienes no representan nada. Aquí no hay reglas y cada uno tiene que proceder en
conciencia y sin angustias ante Dios que conoce los corazones.
La celebración de la Eucaristía es celebración del sacrificio
existencial de Jesús, al que unimos nuestro propio sacrificio, uno de cuyos
elementos es compartir con el hermano necesitado, actuando como instrumentos de
Dios que ampara al débil y al huérfano.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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