sábado, 10 de noviembre de 2018

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario






  
Compartir como expresión de nuestro sacrificio existencial


Otro de los valores que condicionan el conocimiento de Jesús es el compartir como expresión de donación existencial (Evangelio y primera lectura). La segunda lectura presenta el sacrificio existencial de Jesús en contraposición con los sacrificios del AT a base de ofrecimiento de animales. En la Biblia aparecen estos sacrificios como ordenados por Dios, pero como expresión de la entrega de la persona a Dios. Desgraciadamente era frecuente hacerlo sin las debidas disposiciones, por lo que de hecho no significaban nada, pues todo se quedaba en ofrecer a Dios carne y sangre como si tuvieran valor mágico y obligaran a actuar a Dios. Por ello los profetas los criticaban, como hace Oseas: Misericordia quiero y no sacrificio (6,6). A Dios no agrada la ofrenda de una persona injusta y opresora. Cristo, en cambio, ha ofrecido directamente a Dios lo que él desea, su corazón, su vida, manifestada en una entrega total a hacer su voluntad, lo que le llevó a la muerte. Dios es dueño de todas nuestras cosas. Lo único que nosotros tenemos propio es nuestro amor, nuestro corazón, pues el amor es esencialmente libre y Dios no puede hacer que le amemos a la fuerza, pues eso sería destruir el amor. Dios nos ama libremente y quiere que lo amemos también libremente, amándolo con todo el corazón, toda la mente, todas las fuerzas... Esta es la esencia de la vida cristiana.

Una de las formas de nuestro sacrificio existencial es el compartir sincero, como ponen de relieve el evangelio y la primera lectura. Jesús alaba la  pequeña limosna de la viuda porque era expresión de su entrega existencial a Dios. Una viuda en aquel contexto social era una persona sola y totalmente desamparada. El dar lo poco que tenía era un acto de amor y confianza plena en la providencia de Dios, que “sustenta al huérfano y a la viuda” (salmo responsorial). Es un gesto que recuerda el de la viuda de Sarepta (primera lectura), que también entregó todo lo que tenía, confiada en la palabra del profeta Elías. En cambio, las cantidades del rico no expresaban su entrega a Dios. El hecho de que Jesús viera lo que hacía, es señal de que actuaba de forma visible, de manera que todos vieran lo que echaba y lo alabaran. Por ello la cantidad donada solo era expresión de su vanidad. Es una deformación de la vida religiosa ponerla al servicio de nuestros egoísmos e intereses, que es lo que Jesús critica de los escribas, lo que a su vez explica el rechazo de las enseñanzas de Jesús por parte de ellos.

El salmo responsorial (145) alaba a Dios porque cuida de los débiles y necesitados, tarea que quiere realizar por medio nuestro, capacitándonos para ello. Por eso el compartir es una faceta importante de la vida cristiana. El que se entrega a Dios pone sinceramente todo lo que tiene a su disposición y a la de los hermanos, compartiendo con alegría según sus posibilidades, pues Dios no mira la cantidad sino lo que representa en nuestra vida, que será diferente según la situación de cada uno. Unos céntimos representaban la vida de la viuda, pero para los que tienen bienes no representan nada. Aquí no hay reglas y cada uno tiene que proceder en conciencia y sin angustias ante Dios que conoce los corazones.

La celebración de la Eucaristía es celebración del sacrificio existencial de Jesús, al que unimos nuestro propio sacrificio, uno de cuyos elementos es compartir con el hermano necesitado, actuando como instrumentos de Dios que ampara al débil y al huérfano.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona

No hay comentarios:

Publicar un comentario