sábado, 17 de noviembre de 2018

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario




Futuro de la Historia de la salvación

En este penúltimo domingo del tiempo ordinario la liturgia proclama el final del Discurso sobre el futuro de la historia, la última intervención pública de Jesús, en que ofrece unas pinceladas sobre lo que será la Historia de la salvación que culminará con su venida gloriosa. De acuerdo con este pasaje se proclama como primera lectura la profecía de Daniel en que anuncia también la consumación del reino de Dios. La segunda lectura sigue hablando del sacrificio existencial de Jesús, que ha capacitado a todos sus discípulos para tomar parte de este reino.

La visión que Jesús ofrece a sus discípulos sobre el futuro de la historia es genérica: vendrán falsos mesías y profetas que intentarán engañar a muchos ofreciendo falsas salvaciones; habrá guerras, catástrofes, y especialmente los discípulos serán perseguidos, por lo que es necesario vigilar constantemente para perseverar en la fe, aunque el Espíritu Santo les ayudará. Y todo culminará con su venida gloriosa, que se describe con un lenguaje simbólico tomado de la apocalíptica judía. Si las personas se ponen nerviosas e incluso tiemblan ante una persona muy importante, también el monte Sinaí tembló  cuando Dios vino a contraer alianza con el pueblo (cf. Éx 19); y si tembló cuando vino a algo positivo, ¡qué será cuando venga a juzgar! Cielo, sol y luna se estremecerán... Este lenguaje se aplica aquí a la venida de Jesús, que es el juez divino, pero los elegidos no tienen que temer, pues viene a reunirlos de todos los puntos del mundo para instaurar el reinado definitivo y eterno de Dios.

Jesús, con su muerte y resurrección, ha conquistado toda la salvación. Lo hizo actuando en la tierra como Dios oculto y ahora, en el tiempo de la Iglesia, continúa también como Dios oculto invitando a la humanidad a recibir su salvación. Lo hace especialmente por medio de la predicación de sus discípulos, que es eficaz, pero no obliga a nadie, pues es fundamental respetar la libertad de las personas. En el fondo toda la obra redentora de Jesús se resume en hacernos hijos de Dios por amor y a esta condición sólo se puede acceder libremente y por amor. Y esto exige que Jesús actúe ahora sin imponerse a nadie, en aparente debilidad. Pero llegará un día, al final de la historia, en que aparecerá claramente ante toda la humanidad la grandeza de la obra que ha realizado, inspirada en el amor: Nos amó y se entregó por nosotros (Ef 5,2).

Creer en la parusía de Jesús es creer que en la historia Jesús tiene la última palabra, tanto en nuestras historias personales como en la historia universal  que aparentemente está en manos del mal. Por otra parte, invita  a trabajar incansablemente por la causa del reino de Dios, que exige un mundo más humano, filial y fraternal. Aunque ahora se experimenten grandes dificultades y esté el pecado encarnado en estructuras, aunque se sufran derrotas parciales, hay que luchar porque la victoria final es de Jesús. Participar en este trabajo forma parte de nuestro sacrificio existencial de los que van siendo consagrados como dice la segunda lectura, es decir, llegaremos a la consagración o santificación final y unión gozosa con Dios en la medida en que trabajemos por los valores del reino. Ahora, los reunidos en la comunidad eclesial,  somos la reunión de los elegidos provisionalmente, entonces lo seremos definitivamente.

 En la Eucaristía “celebramos el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión a los cielos, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos ... (Plegaria Eucarística III), es decir, en la espera de la parusía, unimos nuestro sacrificio existencial al de Jesús y así nos vamos consagrando.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona



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