Futuro de la Historia de la salvación
En este penúltimo domingo del tiempo ordinario la
liturgia proclama el final del Discurso sobre el futuro de la historia, la
última intervención pública de Jesús, en que ofrece unas pinceladas sobre lo
que será la Historia de la salvación que culminará con su venida gloriosa. De
acuerdo con este pasaje se proclama como primera lectura la profecía de Daniel
en que anuncia también la consumación del reino de Dios. La segunda lectura
sigue hablando del sacrificio existencial de Jesús, que ha capacitado a todos
sus discípulos para tomar parte de este reino.
La visión que Jesús ofrece a sus discípulos sobre el
futuro de la historia es genérica: vendrán falsos mesías y profetas que
intentarán engañar a muchos ofreciendo falsas salvaciones; habrá guerras,
catástrofes, y especialmente los discípulos serán perseguidos, por lo que es
necesario vigilar constantemente para perseverar en la fe, aunque el Espíritu
Santo les ayudará. Y todo culminará con su venida gloriosa, que se describe con
un lenguaje simbólico tomado de la apocalíptica judía. Si las personas se ponen
nerviosas e incluso tiemblan ante una persona muy importante, también el monte
Sinaí tembló cuando Dios vino a contraer
alianza con el pueblo (cf. Éx 19); y si tembló cuando vino a algo positivo,
¡qué será cuando venga a juzgar! Cielo, sol y luna se estremecerán... Este
lenguaje se aplica aquí a la venida de Jesús, que es el juez divino, pero los elegidos
no tienen que temer, pues viene a reunirlos de todos los puntos del mundo para
instaurar el reinado definitivo y eterno de Dios.
Jesús, con su muerte y resurrección, ha conquistado
toda la salvación. Lo hizo actuando en la tierra como Dios oculto y ahora, en el tiempo de la Iglesia, continúa también
como Dios oculto invitando a la
humanidad a recibir su salvación. Lo hace especialmente por medio de la
predicación de sus discípulos, que es eficaz, pero no obliga a nadie, pues es
fundamental respetar la libertad de las personas. En el fondo toda la obra
redentora de Jesús se resume en hacernos hijos de Dios por amor y a esta
condición sólo se puede acceder libremente y por amor. Y esto exige que Jesús
actúe ahora sin imponerse a nadie, en aparente debilidad. Pero llegará un día,
al final de la historia, en que aparecerá claramente ante toda la humanidad la
grandeza de la obra que ha realizado, inspirada en el amor: Nos amó y se
entregó por nosotros (Ef 5,2).
Creer en la parusía de Jesús es creer que en la
historia Jesús tiene la última palabra, tanto en nuestras historias personales
como en la historia universal que
aparentemente está en manos del mal. Por otra parte, invita a trabajar incansablemente por la causa del
reino de Dios, que exige un mundo más humano, filial y fraternal. Aunque ahora
se experimenten grandes dificultades y esté el pecado encarnado en estructuras,
aunque se sufran derrotas parciales, hay que luchar porque la victoria final es
de Jesús. Participar en este trabajo forma parte de nuestro sacrificio
existencial de los que van siendo
consagrados como dice la segunda lectura, es decir, llegaremos a la
consagración o santificación final y unión gozosa con Dios en la medida en que
trabajemos por los valores del reino. Ahora, los reunidos en la comunidad
eclesial, somos la reunión de los
elegidos provisionalmente, entonces lo seremos definitivamente.
En la
Eucaristía “celebramos el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su
admirable resurrección y ascensión a los cielos, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos ... (Plegaria
Eucarística III), es decir, en la espera de la parusía, unimos nuestro
sacrificio existencial al de Jesús y así nos vamos consagrando.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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