El mandamiento principal
El tema del Evangelio es el amor. Marcos lo presenta
en un contexto de polémicas entre los dirigentes del pueblo y Jesús. En este
caso en concreto Jesús desenmascara una deformación del conocimiento religioso
puesto al servicio de envidias y celos. El escriba pregunta sobre el
mandamiento principal, Jesús responde con el amor, y el escriba lo acepta y
reconoce que el amor es lo fundamental. Jesús termina diciendo que no está
lejos del reino de Dios. ¿Qué le falta? El reconocimiento y seguimiento de
Jesús, lo que implica profundizar sobre el misterio de su persona, como pone de
relieve la períoca siguiente. El conjunto, en el contexto de Marcos, pone de
relieve que las diferencias entre Jesús y los escribas no están en la doctrina,
pues profesan la misma, sino en celotipias y envidias, que buscan todo tipo de
excusas, incluso doctrinales, para rechazar a Jesús.
Dios es amor, por eso la quintaesencia de la
religión tiene que ser el amor, a Dios y a todos los hijos de Dios, que por eso
son hermanos nuestros. La religión cristiana incluye enseñanzas, pero todas
están encaminadas a enseñarnos cómo amar
a Dios y al prójimo; igualmente hay mandamientos, pero encaminados al amor,
pues se resumen en dos, amor a Dios y al prójimo; hay celebraciones litúrgicas,
pero todas son celebraciones del amor de Dios y peticiones de fuerza para poder
corresponder; hay jerarquía, pero toda ella está ordenada a servir en la tarea
de ayudar al pueblo a vivir su existencia como un sacrificio existencial de
amor a Dios y al prójimo. Hay diversos carismas, pero todos están vacíos sin
falta el amor (1 Cor 12,31b). Cuando falta el amor, se prostituye la religión
cristiana.
Amor a Dios y amor al hombre son inseparables. Por
eso, cuando a Jesús le preguntan por el mandamiento principal, responde con
dos, diferentes, pero siempre unidos, amor a Dios y al prójimo. Amar a Dios es
amar a sus criaturas a las que ama. Dios nos ha creado para que vivamos en la
tierra creando un mundo fraternal y solidario, en que todos sus hijos puedan
vivir con todas sus necesidades cubiertas.
De esta manera, ejercitándose y creciendo en el amor mutuo, nos
preparamos para recibir el don de la
felicidad plena en el cielo. Dios
quiere que se “haga su voluntad en la tierra como ahora se hace en el cielo”.
Obrando así, mostramos nuestro amor a Dios. Por otra parte, el amor a Dios
alimenta el amor gratuito y constante a los hombres, frecuentemente sometido a
prueba. Por todo esto el amor efectivo al prójimo es signo del verdadero amor a
Dios, pues “si no amamos a nuestro hermano al que vemos, ¿cómo podremos amar a
Dios al que no vemos?” (1 Jn 4,20). “Dios es amor y el que vive en el amor
permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,16). A los primeros cristianos los
llamaron “ateos” porque centraban su vida religiosa en el culto existencial de
una vida consagrada a amar a Dios amando al prójimo, y al prójimo se le ama en
la vida de cada día, en las calles y plazas, fuera del templo. De aquí el
peligro de reducir la vida cristiana al culto, desconectado de la vida. El
culto es fundamental, pero como celebración de nuestro sacrificio espiritual
unido al de Jesús. Si no se une nada al sacrificio de Jesús, es culto vacío que defrauda la expectativa de
Jesús al instituir la Eucaristía.
El amor puede estar acompañado de sentimientos,
incluso los sentimientos favorecen sus expresiones, pero no es fundamental. Lo
básico del amor es dar vida a la persona amada Por eso Dios ha mostrado su amor
al hombre entregando a su Hijo, y éste ha mostrado a su vez su amor
entregándose a la muerte por todos nosotros. Mostramos nuestro amor a Dios y al
prójimo con nuestra entrega por el bien concreto del prójimo.
Amar al prójimo es amar a todo hombre
necesitado. Prójimo significa cercano. Entre los judíos se discutían quién era el
cercano y en un largo proceso fueron ampliando el círculo de “cercanos”:
primero el familiar, después el connacional que comparte la misma religión,
después el forastero... respecto al enemigo se le puede ayudar, pero no entra
en el círculo de los cercanos. Para Jesús incluso el enemigo es prójimo. Todos
son hijos de Dios y por ello todos son cercanos, pero especialmente el
necesitado, que ha caído en manos de ladrones y anda marginado por los caminos
del mundo (Lc 10,33).
Celebrar
la Eucaristía es celebrar el amor que nos tiene el Padre, que nos entrega su
Hijo; el amor que nos tiene el Hijo, que se entrega por nosotros; y el amor que
debe tener la comunidad cristiana que se entrega a todo tipo de prójimos. Los
cristianos damos gracias por lo que hacemos y pedimos fuerza para seguir
haciendo de nuestra vida un sacrificio existencial.
Dr. Antonio
Rodríguez Carmona
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