Vivir como templos de la
Santísima Trinidad
Desde Adviento hasta Pentecostés hemos recordado y celebrado los
grandes misterios de nuestra salvación: Dios Padre envió a su Hijo que se
encarnó en el seno de María virgen por obra del Espíritu Santo, su nacimiento
en Belén, su ministerio público, su pasión, muerte y resurrección, su donación
del Espíritu Santo, su presencia entre nosotros. Ahora, al final, esta fiesta
invita a agradecer toda esta obra en conjunto, adorando y alabando a nuestro
Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Realmente no haría falta esta
fiesta, pues este objetivo está presente en toda Eucaristía, que culmina en una
doxología en la que, unidos en el Espíritu Santo, por Cristo damos al Padre
todo honor y toda gloria. Incluso Roma se opuso por esta razón a los primeros
que quisieron introducirla en la Edad Media, pero al final la aceptó en el S.X.
Nuestra fe en la Santísima Trinidad es un acto de obediencia a las
enseñanzas de Jesús. Algunos monoteístas, musulmanes y judíos, la critican,
porque solo hay un solo Dios. Y es verdad que hay un solo Dios, pero Jesús nos
ha revelado en su predicación que él es Dios, junto al Padre y el Espíritu
Santo. Por ejemplo, en el Evangelio que se ha proclamado hoy, nos dice que “Todo lo que tiene el Padre es mío”,
luego se iguala a Dios Padre; igualmente nos dice que el Espíritu todo lo
comparte con él. De forma semejante hemos escuchado en la segunda lectura una
enseñanza de san Pablo en la que iguala la acción del Padre, del Hijo y del
Espíritu. Esto mismo aparece en muchísimos pasajes del Nuevo Testamento. Es
verdad que la palabra trinidad no la
dijo Jesús, sino que se acuñó en el S.III por Tertuliano para enseñar este
misterio, pero esto es secundario.
Lo importante es que Jesús nos ha enseñado esta realidad y la Iglesia
siempre la ha creído, enseñado y vivido. Siendo profundamente monoteísta como
Jesús, en los primeros siglos tuvo que hacer un gran esfuerzo teológico para
aproximarse a este misterio.
Jesús no nos ha explicado el contenido profundo, un solo Dios y tres
personas distintas, por ello es para nosotros un misterio que aceptamos con fe,
sino que nos ha dicho qué es lo que hace cada persona divina, básicamente que
el Padre es origen y fuente de todo poder
y vida, que el Hijo es servicio que
nos trasmite la vida divina, y que el Espíritu Santo es amor gratuito y fuerte que nos da esta vida divina. Los tres actúan
en común, pero cada uno deja su sello en la acción común. Por ello todo don que
recibimos de Dios es poder del Padre, servicio del Hijo, regalo del Espíritu
Santo y lo hemos de ejercer como tales, es decir, la vida es un poder recibido
del Padre y he de vivirla como un servicio en unión con el Hijo y en contexto
de amor en unión con el Espíritu Santo. Y así todas las facetas de la vida:
hablar, enseñar, trabajar, servir, paternidad y maternidad, etc. Como dice san Pablo
“hay diversidad de dones, pero un mismo
Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de
poderes, pero un mismo Dios que obra todo en todos (1 Cor 12,4-6).
Esto mismo ayuda a conocernos mejor. Si el hombre ha sido creado a
imagen y semejanza de Dios, es importante conocer cómo es Dios y el misterio de
la Trinidad nos ayuda a ello. Si Dios es unidad en la trinidad, el hombre es
una persona individual abierta a la pluralidad; por ello el egoísta, cerrado a
los demás, traiciona su identidad. Igualmente, el hombre es vida-poder,
servicio, amor y su vocación es crecer en estas tres facetas inseparables;
crecer en hacerse persona para servir mejor y así realizar su vocación de amor.
No se trata de imitar algo que está fuera de
nosotros, pues somos templos de la santísima Trinidad, que habita en nosotros
por el amor, como nos enseña Jesús: Entonces
sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda,
ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me
manifestaré a él» (Jn 14,20-21 cf. 1 Cor 6,19). El hombre, pues, viene de
Dios uno y Trino y debe vivir en este ambiente vital. A él fuimos incorporados
en el bautismo en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo, y él es nuestra meta final, cuando
compartamos plenamente el gozo de la vida trinitaria.
Siendo un misterio central en nuestra vida, la Iglesia nos invita a
recordarlo constantemente. Cuando entramos en el templo y tomamos agua bendita,
nos santiguamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
recordando, agradeciendo y renovando nuestro bautismo; cuando comenzamos una
acción, nos santiguamos de igual forma, recordando y agradeciendo que lo
hacemos con el poder del Padre para servir como el Hijo con el amor del
Espíritu Santo. Igualmente, esta celebración de la Eucaristía la realizamos
plenamente en contexto trinitario, pues el Espíritu nos purifica el corazón,
nos capacita para orar y nos une a Jesús, y unidos a Jesús, ofrecemos nuestra
vida al Padre y le deseamos todo honor y toda gloria.
Primera lectura: Proverbios 8,22-31: Antes de comenzar la tierra, la
sabiduría fue engendrada.
Salmo responsorial: Sal 8,4-5. 6-7. 8-9: Señor, Dios nuestro, ¡Qué
admirable es tu nombre en toda la tierra!
Segunda lectura: Rom 5,1-5: Justificados por Jesucristo, que ha
derramado el amor de Dios Padre en nuestros corazones por medio del Espíritu
Santo.
Evangelio: Evangelio según san Juan 16,12-15: Todo lo que
tiene el Padre es mío; el Espíritu tomará de lo mío y os lo comunicará.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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