Ese
día fue genial. Jesús volvió al Padre y al mismo tiempo se quedaba con nosotros
para siempre, por eso los apóstoles no Le entendían ¿Morir para quedarse?
Pues
sí, así de simple es la cosa: Muere, resucita, se va y se vuelve ¡Fantástico! Y
entonces empieza a cuadrar todo: Su nacimiento, lo que decía, lo que hacía y lo
que vino a llevarse para salvarnos… Todo encaja como en un puzle.
Pienso en
la desgracia del hombre si Jesús no
se hubiera ido, porque entonces, ni se habría quedado ni ascenderíamos como Él
y… Tú y yo, ahora ¿qué? Menos mal que se marchó; su Ascensión era vital,
pero ¡madre mía! a pesar de dejarnos la Vida con ascenso incluido, muchos “prefieren”
la muerte por no escucharle.
Ya
no vivimos a ciegas; los apóstoles son su voz y la Eucaristía la escalera para subir
donde Él. Lo de menos es no verle -los ciegos no podrían-, lo demás, es que Le
tenemos cada segundo según sus Palabras.
Después
de aquel tiempo, hay que reconocer que el nuestro es mucho más importante ya
que no es necesaria su presencia visible, sino su Testimonio de VIDA ETERNA. Unos
dicen que no Le oyen, otros que sí, y yo digo que aquel que se pone a pensar si
es verdad todo lo que dijo y lo que sucedió, desgraciadamente tampoco Le puede
sentir.
Su
Espíritu no tiene cara sino sabiduría para entender, perdón para salvar y, humildad
para Creer. Bendita Ascensión para tenerLe.
Gracias,
Emma Díez Lobo
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