Jesús nos habla hoy de los doctores de la ley,
encargados de enseñar al pueblo las maravillas de la Palabra de Dios.
Era gente bien preparada, exponían brillantemente las
Escrituras, pero que, en general, en vez de ser siervos de la Palabra, se
servían de Ella para medrar: primeros puestos en la sinagoga, en los
banquetes...etc. A Jesús le duele que la "Cátedra de Moisés, de la
Palabra" esté al servicio, no del pueblo, sino al de
sus ambiciones y vanidades.
Jesús también se sentó en una cátedra, desde la que
dio valor divino al Evangelio que predicó: La Cátedra de la Cruz. En su oración
en el Huerto de los Olivos, a pesar de sus angustias, dijo tres veces al Padre:
Padre, no se haga mi voluntad, mi palabra, sino la tuya. (Mt 26, 36...).
En la Cátedra del Calvario Jesús confirió valor
infinito a su Evangelio. Y en esa misma cátedra Jesús, que, en cada gemido,
¡mantuvo su! ¡Hágase en mí tú Palabra! ... ¡Creó el Discipulado! ¡¡La mayor
Gloria a la que puede aspirar un ser humano en este mundo...!! ¡¡En la Cátedra
del Calvario!! Y es el Divino Catedrático, quien nos da tan preciado título.
P. Antonio Pavia
comunidadmariamadreapostoles.com
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