Los
discípulos de Jesucristo son un regalo de Dios para el mundo entero. Su amor les
mueve a ofrecer a sus hermanos a ese Alguien que pueda cogerles del brazo para
hacer con ellos el camino de la
Vida. Con Él, con el Señor Jesús, pueden sortear los valles
de tinieblas que acompañan toda existencia.
DIOS NOS HACE CRECER
Pedro, el del
corazón voluble, el de voluntad débil, el de sentimientos adolescentes, se
rinde. ¡Dios se ha hecho en él en forma de corazón fuerte! Quizás se ve en ese
momento en el espejo de Jeremías cuando, acobardado y atemorizado ante la
misión que Dios le confiaba, arguyó en su favor el pretexto, con el fin de
poder rechazarla, de que no era más que un muchacho, un adolescente. Pienso que
no se estaba refiriendo a una edad cronológica sino a la inmadurez de su
corazón. Y por otra parte, ¿qué corazón no es inmaduro ante las propuestas de
Dios?
Recordemos la respuesta de Dios a Jeremías
cuando le argumentó que no era más que un adolescente: “No digas: Soy un muchacho, pues adondequiera que yo te envíe,
irás, y todo lo que te mande dirás… Entonces alargó Yahvé su mano y tocó mi
boca. Y me dijo: Mira, he puesto mis palabras en tu boca” (Jr 1,7-9). El
profeta se rindió no ante la fuerza de Dios sino ante su amor y elección.
Corazón
voluble, adolescente, inmaduro y, por supuesto, no fiable. Así es como nos
encuentra el Hijo de Dios al llamarnos al pastoreo. La garantía consiste en que
el que nos llama se hace en nosotros dándonos un corazón nuevo. Lo hizo con
Pedro y lo hace con todos, pues así está profetizado y prometido: “Os daré un
corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra
carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu
en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos (mis palabras)…” (Ez
36,26-27).
Releamos esta
promesa a la luz de Jesucristo, que es quien la lleva a cabo en los suyos: un
corazón nuevo que os hará caminar según mi Evangelio. A la luz de Jesucristo,
podemos afirmar que Dios se hace en el hombre por su Palabra creando en él un
corazón nuevo, firme en la fe y apto para el seguimiento. Ya afirmé antes que
el Hijo de Dios se hizo en el corazón de Pedro, y probablemente esto suscitó
algo de extrañeza y perplejidad. Creo que sabiendo que la profecía-promesa de
Ezequiel se ha cumplido en su plenitud en el Hijo de Dios, hemos podido comprender
mejor este hacerse de Dios en el hombre, aunque parezca metafórico.
Mirando ahora a
Pedro, podemos afirmar que el pastoreo de las ovejas de Jesús es una bellísima
e inigualable historia de confianza y amor, en la que el Señor Jesús, aun
sabiendo todo hasta lo más recóndito e, incluso, inexcusable, acerca de cada
uno de los que llama a este ministerio, persiste en su invitación.
Nadie que
conociese así a un candidato que pretendiera trabajar para él, lo aceptaría.
¡Dios sí! Lo que realmente es incomprensible, imposible de encajar con nuestros
parámetros de eficacia, es que, aunque nos parezca increíble, y realmente nos
lo parece, cuanto más un hombre se sabe conocido por Dios en su debilidad,
¡tanto más se siente hijo suyo, tanto más Dios es Padre para él! Y pasmémonos:
tanto más Dios lo reconoce como hijo querido en quien se complace (Mt 3,17).
Inaudito, inconcebible, sí, pero… ¡silencio!: ¡estamos hablando de Dios, de su
amor!, término que en Él no tiene nada de banalidad, como puede acontecer entre
nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario