El Santo Padre Benedicto XVI nos acaba
de decir a todos los cristianos en la Carta Apostólica Porta Fidei (La puerta de
la fe) con la que convoca el Año de la fe (11 octubre 2012-24 noviembre 2013),
que el Concilio Vaticano II (del que van a cumplirse los 50 años)no pierde su
valor ni su esplendor, y que sigue siendo una gran fuerza para la renovación de
la Iglesia (nº 5).
El 7 de diciembre de 1965, los Padres
del Concilio, Obispos del mundo entero, dirigían este mensaje a los jóvenes,
mensaje que sigue siendo actual y necesario:
MENSAJE DEL CONCILIO
VATICANO II A LOS JÓVENES
Finalmente, es a vosotros, jóvenes de uno y
otro sexo del mundo entero, a quienes el Concilio quiere dirigir su último
mensaje. Porque sois vosotros los que vais a recibir la antorcha de manos de
vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas
transformaciones de su historia.
Sois vosotros los que, recogiendo lo mejor del
ejemplo y de las enseñanzas de vuestros padres y de vuestros maestros vais a
formar la sociedad de mañana; os salvaréis o pereceréis con ella. La Iglesia,
durante cuatro años, ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder
mejor a los designios de su fundador, el gran viviente, Cristo, eternamente
joven. Al final de esa impresionante «reforma de vida» se vuelve a vosotros.
Es para vosotros los jóvenes, sobre todo para
vosotros, porque la Iglesia acaba de alumbrar en su Concilio una luz, luz que
alumbrará el porvenir. La Iglesia está preocupada porque esa sociedad que vais a
constituir respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas, y esas
personas son las vuestras. Está preocupada, sobre todo, porque esa sociedad deje
expandirse su tesoro antiguo y siempre nuevo: la fe, y porque vuestras almas se
puedan sumergir libremente en sus bienhechoras claridades.
Confía en que encontraréis tal fuerza y tal
gozo que no estaréis tentados, como algunos de vuestros mayores, de ceder a la
seducción de las filosofías del egoísmo o del placer, o a las de la desesperanza
y de la nada, y que frente al ateísmo, fenómeno de cansancio y de vejez, sabréis
afirmar vuestra fe en la vida y en lo que da sentido a la vida: la certeza de la
existencia de un Dios justo y bueno. En el nombre de este Dios y de su hijo,
Jesús, os exhortamos a ensanchar vuestros corazones a las dimensiones del mundo,
a escuchar la llamada de vuestros hermanos y a poner ardorosamente a su servicio
vuestras energías. Luchad contra todo egoísmo. Negaos a dar libre curso a los
instintos de violencia y de odio, que engendran las guerras y su cortejo de
males. Sed generosos, puros, respetuosos, sinceros. Y edificad con entusiasmo un
mundo mejor que el de vuestros mayores.
La Iglesia os mira con confianza y amor. Rica
en un largo pasado, siempre vivo en ella, y marchando hacia la perfección humana
en el tiempo y hacia los objetivos últimos de la historia y de la vida, es la
verdadera juventud del mundo. Posee lo que hace la fuerza y el encanto de la
juventud: la facultad de alegrarse con lo que comienza, de darse sin recompensa,
de renovarse y de partir de nuevo para nuevas conquistas. Miradla y veréis en
ella el rostro de Cristo, el héroe verdadero, humilde y sabio, el Profeta de la
verdad y del amor, el compañero y amigo de los jóvenes. Precisamente en nombre
de Cristo os saludamos, os exhortamos y os bendecimos.
7 de diciembre de 1965
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