“La gran tarea de la evangelización requiere un número cada vez mayor de personas que respondan generosamente al llamado de Dios y se entreguen de por vida a la causa del Evangelio. Una acción misionera más incisiva trae como fruto precioso, junto al fortalecimiento de la vida cristiana en general, el aumento de las vocaciones de especial consagración”. Entre los muchos aspectos que se podrían considerar para el cultivo de las vocaciones “el cuidado de la vida espiritual”. “La vocación no es fruto de ningún proyecto humano o de una hábil estrategia organizativa. En su realidad más honda, es un don de Dios, una iniciativa misteriosa e inefable del Señor, que entra en la vida de una persona cautivándola con la belleza de su amor, y suscitando consiguientemente una entrega total y definitiva a ese amor divino”. “La preocupación por las vocaciones ocupa un lugar privilegiado en mi corazón y en mis oraciones”. (Benedicto XVI) .
CLARO QUE SABE
Damos un salto
de esta primera llamada a la última, la que consuma el definitivo toque a su
obra creadora en él, sabiendo que todo discípulo y pastor es una obra maestra
de Dios. En esta última vez, a las orillas del mar del Tiberíades, Jesús le
pregunta: Pedro, ¿me amas? -La misma voz, los mismos ojos y…, ahí queda el
pobre Pedro aturdido por el asombro, ¡el mismo amor!
¡Señor, tú lo
sabes todo, lo sabes todo acerca de mí! ¿Y aún me preguntas que si te amo?
¡Claro que sí, por supuesto que te amo! ¿Quién sino Tú es capaz de ofrecer al
hombre caído motivos y razones para seguir viviendo? Tu pregunta es como un
soplo que aviva la mecha humeante (Is 42,3) a la que se vieron reducidas mis
promesas de amor y seguimiento a ti: “… ¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo
daré mi vida por ti” (Jn 13,37).
Buceamos, entre
curiosos y expectantes, por el inmenso amor de soliloquios de Pedro ante esta
mirada-pregunta, que en realidad es una neollamada de Jesús, con la certeza de
encontrar en Él respuestas, y también fuerzas ante tantos miedos que nos
impiden fiarnos de nosotros mismos a la hora de
decir nuestro ¡aquí estoy! a Dios.
Bien cierto es
que, si nos atrevemos a mirar fijamente el corazón de Pedro, llegamos a la
conclusión de que la verdad de nuestros impedimentos para responder a Dios el
aquí estoy ante sus llamadas, no es que no nos fiamos de nosotros mismos, sino
que, realmente, de quien no nos fiamos es de Dios, no nos creemos que la historia
de Pedro sea repetible. Pues sí, lo es, se repite en cada discípulo llamado al
pastoreo.
Nos parece oír
los susurros de Pedro: ¡Señor, tú lo sabes todo sobre mí! Es cierto que hemos
hablado en otras ocasiones de este encuentro de Jesús con Pedro en la mañana de
la resurrección. Hoy nos apetece acariciar estas palabras, tan bellas como
sobrecogedoras: Señor, tú sabes todo acerca de mí y, a pesar de ello, me llamas…
Ahora sí que comprendo el valor incalculable que tiene la vida que has
ofrecido, entregado, por mí… ¡Es tanta mi pobreza, tan escaso mi amor! Sin
embargo, ahora ya sé lo que es ser amado aunque yo no te haya sabido amar.
Sin salir de
las entrañas de Pedro, nos parece oír la respuesta de Jesús, o quizás mejor,
las razones por las que insiste en su llamada-invitación a que pastoree sus
ovejas. Recogemos, pues, las palabras del Señor y Maestro que resuenan en el
alma asombrada y sobrecogida de Pedro. El soliloquio ha dado paso a un diálogo
íntimo en el que el eco de cada palabra está cargado de mil resonancias,
rebosantes todas ellas de la ternura infinita del Hijo de Dios, y también, por
qué no, de la ternura del rudo pescador que está con Él.
Afinamos el
oído y escuchamos la respuesta que da el Hijo de Dios a su amigo y discípulo:
Es cierto, conozco todo sobre ti, conozco tu corazón mucho mejor que tú mismo.
Acuérdate que en su momento te advertí que no estabas todavía preparado para
seguirme, mas también te prometí que un día estarías capacitado para dar estos pasos (Jn 13,36). No era entonces
posible para ti ni para nadie. Al igual que todos los demás, tenías una fe
infantil, disonante; tu boca y tu corazón estaban desajustados. La palabra de
tus labios no estaba en absoluto en consonancia con tu corazón tan voluble… Más
de una vez lo habrás oído en la sinagoga cuando se leen los textos proféticos:
“Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí” (Is
29,13). Justamente por esta disonancia no podías ni seguirme, ni ser pastor
según mi corazón. Una vez que he dado mi vida por ti y que ya te es posible el
seguimiento y la aceptación de mi llamada a ser pastor, rememoro nuestro primer
encuentro y te pregunto: ¿Quieres? Puesto que ya puedes amarme a mí y a mis
ovejas, te digo: ¿Me amas y las amas?
Reciban muchas bendiciones desde El Salvador Centroamerica, les comparto mi testimonio de sanidad para la gloria de Dios en mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com
ResponderEliminarUN SALUDO AFECTUOSO DESDE EL SALVADOR, CENTROAMERICA.