Cuando
todo lo que tengo entre mis manos ya no importa, cuando ya se llega a la
conclusión de que lo único que tiene valor es si estamos viviendo ante Ti o
ante Nadie, es entonces cuando empiezan a sonar melodiosamente los acordes de
la libertad.
Así sucede
siempre, los pastores según el corazón de Dios tienen doble mirada: la que se
fija intensamente en Jesús (Hb 12,2), y la que se posa con ternura sobre el
rebaño confiado sean cuales sean sus características y circunstancias. Con no
poca frecuencia, da una mirada tan penetrante a sus pastores que sus ojos
traspasan las fronteras de su patria chica y se proyectan hacia la patria
grande, el mundo entero, buscando rebaños sin pastor. Gozosos por la misión
recibida, se llegan hasta estas multitudes dispersas y les dicen en nombre de
Dios: “Os anunciamos una gran alegría… ¡Os ha nacido un Salvador!” (Lc 10,11)
Es necesario
señalar también que Dios fraguó la calidad del pastoreo de Moisés en la
soledad. Y así le vemos a solas, cara a cara con Él, mientras el pueblo se
mantenía a distancia (Éx 33,8). En esta soledad propia de los amantes, Moisés
recibía de Dios para él y para su pueblo “palabras de vida”, como dio a conocer
Esteban al Sanedrín en el juicio que urdieron contra él (Hch 7,38).
He aquí el
aspecto más doloroso y dramático de la soledad del pastor según el corazón de
Dios. Recibe de Él palabras de vida, y esto bien que lo sabe, pues tiene la
certeza de que no han llegado a su boca desde su mente o inteligencia. Con este
tesoro en su corazón, choca, sobre todo al principio, con la dureza de corazón de su pueblo,
especialmente con aquellos que nunca entendieron ni entenderán que la fe es una
búsqueda permanente del Dios que habla. Algo semejante le sucedió a Moisés. Sin
embargo, lo que parece un fracaso, un sinsentido, incluso una razón de peso
para desistir y abandonar la misión y con ella al rebaño, se convierte en
escuela del amor y fidelidad.
El hecho es que
Moisés conoce íntimamente a Dios en este espacio de soledad no escogido por él;
de la misma forma que tampoco escoge a su rebaño ni su modo de ser, a veces tan
escéptico como arrogante. En realidad es Dios quien elige por él; incluso
escoge el desierto que más conviene a su pastor, ese lugar privilegiado en que
le puede hablar al corazón ofreciéndoles palabras que levantan sus almas.
Gracias a esta soledad asumida, Moisés puede llevar a su rebaño hacia su
destino.
Teniendo en
cuenta todo esto y viéndose en cierto modo los pastores de hoy y del mañana
reflejados en Moisés, nos alegramos al constatar que Dios le llama: su amigo.
“Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo” (Éx
33,11a). Todos salieron ganando: el pastor llegó a ser amigo íntimo de Dios, y
el rebaño alcanzó la tierra que Él le había preparado y dispuesto; tierra que
mana leche y miel, que, como sabemos, son símbolos de las bendiciones
mesiánicas.
“Mis palabras
son espíritu y vida”, proclamó el Hijo de Dios, el nuevo y definitivo Moisés
(Jn 6,63b). De su boca fluye la gracia, dijeron los judíos que asistieron a su
primera predicación (Lc 4,22); fluyen “la leche y la miel de Dios que dan vida
al alma”, como dicen los santos Padres de la Iglesia … También fluyen de la boca de sus pastores, aquellos que lo
son según su corazón.
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