“Caminemos juntos hacia la Cruz del Señor, pues con ella
ha comenzado una nueva era en
la historia del hombre. Este es un tiempo de gracia y salvación. A través de la Cruz el hombre puede
comprender el sentido de su propia suerte, de su propia existencia sobre la
tierra. Ha descubierto cuanto le ha amado Dios. Ha descubierto, y descubre continuamente,
a la luz de la fe, cuán grande es su propio valor. Ha aprendido a medir la
propia dignidad con el metro de aquel sacrificio que Dios ha ofrecido en su
Hijo para su salvación.” [S.S. Juan Pablo II - Magno]
Ha quedado claro, Padre,
que la Cruz ,
sostenerse en la Cruz
de Cristo, es lo único que un cristiano puede hacer, por lo que supone y por lo
que es. Pero, sobre todo, el sentido que de la cruz tiene cada cual (pues cada
uno tiene una que llevar) no puede ser olvidado porque de hacerlo así, y de ser
cristianos, bien podemos decir que, en realidad, no lo somos.
No es sufrir lo que dignifica a la
persona, sino la manera de sufrir. En muy numerosas ocasiones, cuando los dolores se hacían y se hacen dueños
de mi cuerpo, recordaba a Santa Teresa de Jesús:
“En la cruz está la vida y el consuelo, y ella
sola es el camino para el cielo”
Quien huye de
Dios está clavado en la cruz, bien
alto para verle bien. Con los pies enclavados para esperarnos. Con los brazos
abiertos para acogernos y las manos llagadas para acariciarnos.
Misterio profundo de una providencia
que ha permitido llagas divinas y llagas humanas, para que el hombre pudiera
ser injertado en Dios. Los injertos se hacen así; por las heridas. Misterio de
la cruz. La cruz en el cuerpo atormenta,
en el corazón da vida. Sucede como con las espinas; más sufre el que las pisa
que el que las besa.No debemos parecer pobres cirineos que comparten de mala gana la cruz del Señor, porque, como expresa gráficamente Pierre Charles, “hay dos maneras de llevar un yugo; una que parece muy razonable y es completamente absurda, otra que parece absurda y es enteramente razonable”. El Señor ha dicho: Tomad sobre vosotros mi yugo. Suave yugo y carga ligera (Mt 11,30).
El seguimiento de la cruz no es una devoción privada, para apacibles embelesos interiores, es seguir las huellas del Crucificado, salir de sí mismo, crucificar el propio yo, existir para los demás hasta fatigarse.
Comprendo tu sufrir
sereno y callado,
cuando yo sufro
y Tú estás a mi lado.
Comparto tu dolor
reciamente humano,
cuando yo también me quejo
y Tú me tiendes la mano.
Y venero tu silencio
tan elocuente y tan santo,
porque también yo me callo
ante el horror y el espanto.
Te comprendo, y lo comparto,
aun siendo frágil mi barro,
pues en la fiera tormenta
sólo a tu cruz yo me agarro.
Mas no comprendo, Señor,
que tu mirada bendita
siga clavando en mis ojos
Misericordia infinita.
Miguel Iborra
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