dicho de otra forma, le permite encontrarse.
De todos es conocida la conmoción que sacudía los corazones de los que oían la predicación del Hijo de Dios. Conmoción que se hizo patente, por ejemplo, a raíz de sus catequesis del llamado Sermón de la Montaña. Comenta Mateo que la multitud “quedó asombrada de su doctrina porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas” (Mt 7,28-29). Por poner otro ejemplo, recordemos aquella vez en que incluso los guardias que habían sido enviados para detenerle no se sintieron con ánimo para hacerlo, y la excusa que dieron a los sumos sacerdotes y fariseos fue que “Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre” (Jn 7,46).
¿Qué tenían de
especial las palabras de Jesús para marcar una diferencia tan abismal con la de
los escribas y demás maestros de Israel? La respuesta a esta pregunta no la
vamos a dar nosotros, sino que nos servimos de lo que dijo Pedro a Jesús
después de oír su catequesis sobre el Pan de Vida: “Tú tienes palabras de vida
eterna” (Jn 6,68b). He aquí la diferencia abismal. Mientras los otros maestros
de Israel le ofrecen consejos morales que, en definitiva, no son más que
palabras inertes, propias de un dios inerte llamado dinero (Mt 6,64), el Señor
Jesús proclama palabras vivas, propias del Dios vivo.
La cuestión es
que las palabras vivas del Hijo de Dios chocan frontalmente con el sistema
fraudulento que, tarde o temprano, toma cuerpo a causa del culto a la ley. Ante
este choque la exclusión de quien lo provoca está servida.
Imaginemos la
desestabilización que supuso para sus oyentes palabras como “mirad las aves del
cielo, mirad los lirios del campo; vuestro Padre celestial está pendiente de
ellos, ¿no lo va a estar mucho más de vosotros que sois preciosos a sus ojos?”
(Mt 6,25…). No digamos ya cuando exhortó a sus discípulos a amar a sus
enemigos, a los que les odian, a hacerles el bien sin esperar nada de ellos…
(Lc 6,27).
No hay duda de
que con esta forma de predicar y, por supuesto, de actuar, Jesús se ganó a
pulso, primero la sospecha, y después la exclusión del pueblo santo. Sí, Él es
el Gran Excluido de la historia. Exclusión más que “justificada” por los sumos
sacerdotes, escribas, fariseos y, para remate, de todo el pueblo al acoger a
Barrabás, culminando así el rechazo frontal al Hijo de Dios. Excluido,
rechazado y levantado en la cruz, se convirtió en fuente de vida y esperanza de
todos los excluidos por su causa, a los que Él mismo llama bienaventurados:
“Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira
toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos…” (Mt
5,11-12).
La mayúscula y
enorme paradoja estriba en que de Jesús, el Excluido por excelencia a causa de
sus palabras, habló Dios, su Padre, en el Tabor con una claridad que no admite
la menor duda. Dijo: “¡Escuchadle!” Sí, nos parece seguir oyendo al Padre:
Escuchadle, por más que lo que dicen de Él los que se llaman mis servidores,
tengan a mi Hijo por endemoniado, inculto, embaucador y hasta blasfemo (Mt
6,65). ¡Escuchadle!, porque “Yo vivo en él y él en mí” (Jn 14,11).
No hay comentarios:
Publicar un comentario