jueves, 24 de marzo de 2016

Viernes Santo

      

   valorar la pasión de jesús y compadecerlo en sus miembros

La celebración de hoy es larga, por lo que el comentario homilético debe ser breve, pero rico y sugerente, poniendo de relieve tres aspectos.

1.                  Valorar y agradecer la pasión histórica de Jesús, que revela su amor (nos amó y se entregó por nosotros: Ef 5,2) y el amor del Padre que nos lo entrega (amó Dios tanto al mundo que entregó su Hijo unigénito: Jn 3,16). La 1ª lectura, el 4º poema del Siervo de Yahvé, presenta a Jesús como cordero inocente, representante de la humanidad, en cuyo favor sufre y muere. En la segunda lectura en su 2ª parte (v 7-9) Jesús aparece pidiendo al Padre superar todo tipo de muerte y gozar de la plenitud de la vida y lo consigue para él y para nosotros.   Por su parte, el Evangelio, la pasión según san Juan, ofrece el relato más sublimado de la pasión de Jesús, en el que la presenta como el camino regio de un rey hacia su trono. Jesús aparece consciente, libre y dueño de su destino y de los acontecimientos: cuando lo van a detener se revela como Yo soy (nombre divino), da permiso para que lo detengan y ordena que dejen en libertad a sus discípulos. En la escena ante Anás se comporta con plena dignidad y libertad. En el diálogo con Pilatos no se sabe quién es el juez y quién el reo, pues Jesús está en el centro de la escena junto a Pilato. Estos diálogos culminan en dos grandes revelaciones: he aquí el hombre, es decir, hasta donde es capaz de llegar el Hijo de Dios encarnado por amor a los hombres, y he aquí vuestro rey, es decir, Jesús es verdaderamente rey pero en su total entrega y humillación. En la cruz Jesús aparece con su título de rey de los judíos en todas las lenguas conocidas, presentándose así a todo el mundo; hasta el último momento vive cuidadoso de cumplir la voluntad del Padre hasta en los últimos detalles. Y finalmente, a la hora de morir, lo hace libremente: Juan lo subraya escribiendo e inclinando la cabeza, entregó el espíritu; normalmente un moribundo muere y después, como consecuencia, inclina la cabeza, pero aquí es al revés: Jesús muere libremente y nos entrega su espíritu.
    
2.                  Compartir la cruz gloriosa de Jesús.

Toda la celebración trata de convencernos que ser cristiano implica compartir en la vida diaria su pasión y muerte. El dolor está presente en la vida cristiana, el dolor físico igual que en todos los miembros de la humanidad, y el dolor específico de vivir el discipulado en lucha constante contra “nuestra carne” y contra la oposición del mundo no cristiano. Pero la cruz de Jesús, que hay que compartir, es gloriosa y camino de compartir la resurrección de Jesús. La 2ª lectura invita a confiar en su ayuda, pues el Señor resucitado nos comprende, ya que, aunque no puede sufrir, tiene la experiencia de lo que es una existencia humana amando y sirviendo a los demás. Por ello es el Sumo Sacerdote misericordioso y comprensivo.

3.                  Cristo sigue sufriendo en sus miembros.

 Jesús ahora no sufre y por ello no tiene sentido una reacción puramente sentimentalista, pero sufre en sus miembros. Por eso celebrar su pasión se tiene que concretar en la compasión de todo sufrimiento humano: las personas que sufren por enfermedad, los que sufren perseguidos por su fe y por el servicio a la justicia. Esto es tan importante que el mismo Jesús  ha dejado como materia del juicio final el problema del hambre en el mundo, el de la falta de agua, el de los inmigrantes y sin papeles… (Mt 25,31-46).


Rvdo. D. Antonio Rodríguez Carmona

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