martes, 26 de julio de 2016

Aceptar la propia realidad


Queridos ancianos:

En la vida hay un principio fundamental: el principio de realidad.

Hay soñadores que viven de puros sueños. Viven soñando grandezas que nunca llegan. Pero también hay quienes quieren ser tan realistas que se encierran en sí mismos, en su realidad, y no son capaces de ver más allá de la misma. Y tan malo es vivir como astronautas del espacio, como encerrados como el caracol en su propio caparazón.

La realidad nos hace poner los pies en el suelo. Ser realista es vivir lo que soy. Lo cual no implica que uno siempre tenga aspiraciones de superación. Ser realista es:

Aceptarme como soy.

Sentirme a gusto como soy.

Disfrutar de la vida como soy.

Lo cual tampoco resulta siempre fácil. Y hasta diríamos que puede ser duro.
Los ancianos, de ordinario, más que aceptar conscientemente su atardecer, prefieren vivir del recuerdo: “cuando yo era”. En el fondo es una manera de evadir y llenar los vacíos que ofrece la vejez.

Otros, solucionan el problema, con el descontento interior. No se adaptan a su realidad. Y por otra parte, la realidad se les impone, y entonces, entran en una especie de amargura e irritabilidad.

Aunque a decir verdad, siempre será más fácil adaptarse a la realidad de la juventud, que a la realidad de ancianos. La juventud se nos presenta llena de vida y de sueños y posibilidades, en tanto que la ancianidad está más cargada de limitaciones, carencias y dificultades.

“Fui, pero ya no soy”. “Hice, pero ya no puedo hacer”. “Soñé, pero ya cuesta soñar”. No es fácil aceptar gozosos los declives de la vida. No es fácil aceptar toda esa serie de limitaciones e impotencias. Porque una cosa es “no quiero hacerlo” y otra muy distinta “no puedo hacerlo”. El “no puedo” o incluso el “no me dejan” siempre hace chirriar un poco nuestros ejes vitales.

Y sin embargo, no hay más que una manera digna, humana, elegante y gozosa de ser anciano: “aceptarse como anciano”. Decir sí a la ancianidad. No como un acto de resignación sino como el gozo de quien puede presentarse como el testigo de toda una historia.


J. Jáuregui

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