sábado, 9 de julio de 2016

XV Domingo Tiempo Ordinario




El amor misericordioso es parte central de la moral cristiana

            Dada la importancia del amor, lógicamente este tema tiene que aparecer varias veces en las enseñanzas de Jesús para el camino. Hoy aparece  subrayando algunas facetas importantes.

            La primera es que el amor no es cuestión de discusiones teóricas sino de hacer. Un doctor de la ley pregunta a Jesús para ponerlo a prueba, viendo cuál era su categoría de valores, qué tiene que hacer para heredar vida eterna. Jesús le devuelve la pregunta y este contesta correctamente: amar a Dios y al prójimo. Jesús le dice: ponlo por obra y vivirás. El doctor queda un poco corrido por preguntar lo que sabía y , a modo de desahogo psicológico, plantea otra pregunta: ¿quién es mi prójimo? Prójimo significa cercano y los doctores de la ley discutían hasta dónde llegan los cercanos a los que hay que amar: incluía la familia, los conciudadanos, los demás judíos, ¿los forasteros?, ¿los extranjeros?, ¿los enemigos? Jesús le responde con la parábola y termina  preguntando al doctor quién se hizo prójimo. Al responder que el que tuvo misericordia, acaba con el mismo comentario de antes: ponlo por obra y vivirás. Es que la palabra de Dios se nos da para vivirla, no para hacerla objeto de disquisiciones. El verdadero discípulo es el que oye la palabra, la pone por obra y vive.

            La segunda faceta es el alcance de la misericordia. La pregunta ¿Quién  es mi cercano? implica que yo soy el centro y me cuestiono hasta dónde tengo que llegar desde mi centro. Jesús al final replantea la pregunta: ¿Quién se hizo cercano? El amor cristiano considera centro al necesitado y por ello se hace cercano de él. Es lo que hace el samaritano. Ninguna de las tres personas se puso en camino buscando ayudar a un necesitado, esto fue una casualidad. Los dos primeros habían estado en su turno litúrgico en el templo y regresaban a casa a descansar. Se encuentran con lo imprevisto y, para evitar complicaciones, dan un rodeo; por su parte, el samaritano camina por motivos comerciales y también se encuentra con un imprevisto, un herido, pero, en lugar de dar un rodeo para evitarlo, caso se hizo cercano con el, tuvo misericordia y actuó. Jesús nos enseña que amar al prójimo llega hasta salir al paso de todo necesitado y actuar en consecuencia.

            El amor misericordioso implica sintonizar con el necesitado y hacer todo lo posible por ayudarle. Primero es importante sintonizar con el necesitado, intentar comprender su situación, hacerse cercano, como si su necesidad fuera nuestra, como dice Heb 13,1-3: Permaneced en el amor fraterno. No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles. Acordaos de los presos, como si estuvierais con ellos encarcelados, y de los maltratados, pensando que también vosotros tenéis un cuerpo. Esto excluye el paternalismo, del que, desde arriba, desde su postura de superioridad, se sirve de esa necesidad como pedestal para su fama e intereses. La misericordia es hermana inseparable de la humildad y el pasar desapercibido. El misericordioso ve en el necesitado un hermano. Excluye igualmente ayudar desde fuera, con la frialdad del profesional que hace lo que tiene que hacer sin mirar siquiera a la cara de la persona y después ya no se interesa de ella, porque realmente nunca ha estado en su corazón.  Por otra parte, implica hacer todo lo que está de nuestra parte para ayudar. Habrá quien pueda solucionar el problema o el que solo pueda prestar una ayuda parcial, lo importante es hacer lo que está en nuestras manos.

            Celebrar la Eucaristía es celebrar la misericordia de Jesús, que a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios... es decir, sintonizó encarnándose y viviendo una auténtica existencia humana, en todo igual a la nuestra menos en el pecado y, por otra parte, hizo todo lo que pudo, dando su vida por nosotros. Este es el Jesús presente en la Eucaristía, siempre dispuesto a ejercer su misericordia con nosotros y a fortalecer nuestro corazón para que sea misericordioso como el suyo. Nuestra participación en la Eucaristía nos tiene que hacer cercanos de todo necesitado.


Rvdo. Don Antonio Rodríguez Carmona

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