lunes, 8 de mayo de 2017

¡Lo más «sensato» e «inteligente», sigue siendo apuntarse a religión!


¡A qué juegan, quienes, apelando al Estado, pretenden tergiversar «laicidad» (Estado civil que prescinde de la educación religiosa) con «aconfesionalidad» (Estado que no tiene ninguna confesionalidad religiosa precisamente para poder preservar la libertad educativa de todos)! España, que yo sepa, no es un país laico sino aconfesional. El matiz puede resultar sutil pero no baladí.
¡A quiénes pretenden engañar unos u otros «a estas alturas de la partida»! Por más que algunos intenten «embaucarnos» («manipularnos»), cualquier persona «sensata» e «inteligente», aunque no sea creyente ni practicante, se percatará de las motivaciones reales que mueven a unos y a otros. También de las consecuencias que puede tener la «educación laica» (sin Dios) que algunos propugnan. De forma nada inocente, porque lo que está en juego es combatir el modelo antropológico cristiano de la sociedad, bajo un revestimiento de igualdad, modernidad, autenticidad y libertad ficticias, intentan privar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, nada menos, que de una de las dimensiones constitutivas que tiene todo ser humano, la dimensión de trascendencia. Y así tratar de usurpar el anhelo de felicidad eterna que se halla impreso en todo corazón humano.
Como dije abierta y claramente en el Pregón de Semana Santa, no me asusta que algunos nieguen, ignoren o silencien a Dios en sus vidas… Ha sido la tentación de todo hombre y mujer a lo largo de la historia. Lo que realmente me conmueve es su incoherencia ya que son ahora ellos mismos los que se postulan para tratar de suplantarle. Pero lo más «fuerte» es que pretendan obligarnos a TODOS a «adorarles» como si realmente fueran los verdaderos «dioses» del siglo XXI y a obedecer ciegamente sus criterios, legales aunque no siempre justos, simplemente porque obtuvieran un puñado más de votos, algunos de ellos «amprados».
La vida suele encargarse, tarde o temprano, en poner a cada uno en su lugar. Hasta ahora, mi pobre experiencia, me asegura que únicamente la transparencia, la coherencia y el servicio desinteresado a los demás suelen abrirse camino. Los cristianos, aunque en ello nos haya ido tantas veces la vida, hemos tratado de mostrar abierta y claramente cuál es nuestro verdadero origen y destino: el «haber sido llamados a vivir eternamente, en la LUZ del amor de AQUEL que un día nos creó». Y apelando al legado de nuestros mayores, seguimos creyendo que aunque logren « matar a Dios» jamás podrán acallar su voz… porque seguirá resonando en el interior de nuestro corazón.
Me resulta también paradójico que la mayoría de los axiomas educativos que se esgrimen como fundamento de una «educación laica» (sin Dios): la libertad, la tolerancia, el diálogo, el respeto, la dignidad… sean valores todos ellos entresacados del Evangelio. Y pese a todo, cuando los creyentes tratan de interiorizarlos en el corazón de sus hijos se les niegue el «pan y la sal» o se les obligue a «comulgar con ruedas de molino».
La Iglesia, como buena madre, aunque cuente con no pocas arrugas o cicatrices, merced a la «necedad» de sus propios hijos, trata de ofrecer a todos una educación que visibilice sobre todo el AMOR que Dios nos tiene y nos ayuda a liberar esta poderosa energía que es capaz de transformar al mundo y a las personas. Jesucristo sigue siendo el modelo antropológico que nos permita construir la «civilización del amor». Aunque los cristianos no siempre hayamos sabido estar a la altura del Maestro, fue Él quien revolucionó el mundo con su modo de ser y de proceder. El giro que propuso fue de tal envergadura que cambió radicalmente la ley que estaba establecida en aquel tiempo: el perdón en vez de la venganza y el amor al enemigo en vez del odio, las dos últimas antítesis del Sermón del Monte. ¡No conozco todavía un Proyecto tan humanizador que transforme el mundo...! Por esto he tratado de interiorizarlo en mi vida y realmente me siento libre, fecundo y feliz.
Si necesitáis algunos testimonios que animen a vuestros hijos a cursar religión os puedo ofrecer varios. Para abrir boca os comparto un fragmento de la carta, tan clara como lúcida, que Jean Jaurés, socialista francés, envió a su hijo para no eximirle de la clase de religión: «no hace falta ser un genio, hijo mío, para comprender que sólo son verdaderamente libres de no ser cristianos los que tienen la facultad de serlo». También un trozo de la carta de Alejandra, Master en Psicología de la Educación, agradeciendo a su profe de religión no sólo su crecimiento personal sino la madurez que le proporcionó para contemplar el mundo de forma crítica. O uno de los múltiples ecos que he recibido del Pregón de Semana Santa: «la parte que más me ha conmovido, Ángel, ha sido la de las evidencias elocuentes, porque me ha tocado vivirlas en carne propia. Durante unos 15 años me dediqué a la Ciencia y también me llevó a la conclusión de que el mundo es mucho más complejo de lo que podamos nosotros explicar y que el misterio de la existencia sólo puede conocerse y entenderse mediante lo sobrenatural (trascendencia)». Desde el conocimiento e interiorización de estos valores es desde donde tratamos de educar a vuestros hijos en la escuela. De los padres, como responsables últimos de la educación de vuestros hijos, dependerá que os atreváis a EXIGIR a quienes han sido elegidos a VUESTRO SERVICIO, a través de las diferentes instituciones, que lo hagan con altura de miras y desde el máximo respeto y libertad de cada persona.
Con mi afecto y bendición
Ángel Pérez Pueyo
Obispo Barbastro-Monzón


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