viernes, 19 de mayo de 2017

María, madre y mujer

  
        Mientras rezaba el 2º misterio luminoso en el rezo del santo rosario han venido a mi mente las siguientes consideraciones. No sé si las leyera un teólogo  pasarían el antiguo “nihil obstat”, pero tampoco creo que me excomulgara.

        Cuando Jesús la eligió para ser su madre, como nos pasaría a cada cual que pudiera, eligió la mejor del momento. Pese a su maternidad divina no dejó de ser mujer y en consecuencia tendría las virtudes de la mujer, pero también las peculiaridades, llamémosle así, de ellas.

        Ya en la presentación de Jesús, Simeón le dijo aquello de “…y una espada te atravesará el corazón”. Estas palabras a la mujer-madre le darían mucho qué pensar. La sensibilidad femenina es, digamos, más sutil y delicada que la del varón con lo que, como también dice Lucas “...María conservaba todas estas cosas en su corazón”. Igualmente cuando el niño se les perdió en el templo, ¡vaya soponcio! diríamos en un lenguaje coloquial y encima la respuesta del niño… “¿No sabíais que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” A todas estas vivencias les iría dando vueltas en sus reflexiones, trataría de comprenderlas y las iría asimilando hasta el punto de hacerlas vida.

        Es de suponer que, esas meditaciones, vivencias y recuerdos hechos vida los trataría de llevar a la práctica en la educación de Jesús en el día a día. Como cualquier madre estaría pendiente e, incluso, sobreprotegería en el mejor sentido de la palabra al niño para que nada le pasara, para que fuera creciendo según las normas de la época y del medio en que vivían, le educaría en la obediencia, respeto a los mayores, en su buen comportamiento con la comunidad, en sus juegos y convivencia con los otros niños, etc. ¡Ten cuidad! ¡Qué te vas a caer! ¡Ya te lo había advertido! En fin, como cualquier madre. Por supuesto y con mayor ahínco  en lo tocante a la instrucción en la Ley de Moisés. Así, en su humanidad, Jesús llevaría el sello de María, actuaría como ella le guiaba, ante los vecinos se comportaría tal como ella le había educado.

        Incluso en el paso de la vida privada a la pública, por cierto con este paso ella prácticamente desaparece, se dio cuenta de que ya había pasado su tiempo, María, madre y mujer, se encargó de ejercer su influencia. Fue a avisarle, como si él no se hubiera percatado del problema de aquella pareja y ante la contestación de Jesús, la madre-mujer no se achanta, sigue queriendo influir en el hijo, sigue ejerciendo su rol y… poco menos que le obliga por su autoridad materna a realizar el milagro. Si lo conocería y estaría tan segura de su influencia sobre él que a pesar de la respuesta, ella se dirige a los sirvientes ahora diríamos que lo “puentea”  para decirles: “Haced lo que él os diga”. Así, de esta manera, a Jesús no le cupo más remedio que seguir obedeciéndola, ya hecho todo un hombre, para no dejarla desairada ante la concurrencia. Ella como perspicaz mujer se percata del problema, asume como propia la preocupación de aquella familia desairada a causa de la falta de previsión. Como madre no duda en echar mano de su influencia y autoridad sobre el hijo para sacar de apuros a la pareja de recién desposados.

        Pongámonos nosotros, también como hijos suyos, bajo su amparo cuando los problemas lleguen a nuestras vidas, cuando nos falte la alegría, cuando nos ahoguemos bajo el peso de las dificultades y sobre todo cuando la aridez espiritual nos invada.

Pedro José Martínez Caparrós

        

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