sábado, 20 de mayo de 2017

VI Domingo de Pascua



El Espíritu nos resucitará por medio del amor

Estos domingos nos ha recordado la palabra de Dios que Cristo ha muerto y resucitado por todos, en concreto el domingo pasado Jesús nos decía que iba a prepararnos un lugar junto  a Dios y que volvería de nuevo para ayudarnos a ir a tomar posesión de él. Para ello tenemos que recorrer un camino, que es él mismo, actualizando su vida en la nuestra por medio del amor y así  participaremos de su resurrección.  La liturgia de este domingo vuelve a este último punto: el Espíritu Santo nos capacita para actualizar en nuestra vida el camino de amor de Jesús que conduce a nuestra resurrección.

Si Dios es amor, el camino que conduce a él es el amor gratuito y total. La humanidad era incapaz de recorrerlo, y el Padre  envió a su Hijo, que se hizo hombre para recorrerlo en nombre de todos nosotros.  Su amor fue total, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el máximo (Jn 13,1) y no se quedó en sentimentalismos sino que se tradujo en dar su vida, pues nadie tiene amor mayor que este de dar la  vida por sus amigos  (Jn 15,13). Este amor le llevó al Padre, que le escuchó por su amor serio (Hebr 5,7); Por eso me ama el Padre, porque yo doy mi vida para tomarla de nuevo. Nadie me la quita, soy yo quien la doy de mí mismo. Este es el mandato que he recibido del Padre  (Jn 10,17-18).

El Espíritu Santo, autor de su humanidad (Lc 1,35), fue el que lo condujo en su ministerio (Lc 3,22; 4,14; 10,17...) e hizo que  ofreciera su existencia  al Padre como sacrificio inmaculado (Hebr 9,14); finalmente fue el que resucitó su humanidad culminando así su tarea. El Espíritu Santo es el poder y amor de Dios en persona; su  “especialidad” es dar vida, divinizar por medio del amor. Si Dios es amor, el medio adecuado para acercarse a él y divinizar es el amor. Jesús secundó plenamente su acción y el Espíritu glorificó su humanidad: murió porque se hizo carne mortal, destinada a la muerte, pero resucitó porque poseía el Espíritu (2ª lectura).
Cada persona está invitada a recorrer este camino de amor con la ayuda del Espíritu Santo para participar así la resurrección de Jesús. De aquí la importancia del Espíritu Santo y del amor en la vida cristiana.

El Espíritu Santo es el gran don de Cristo resucitado a la humanidad. El hombre es carne y necesita el poder del Espíritu para entrar en el mundo de Dios: quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos. Lo que nace de la carne es carne, pero lo que nace del Espíritu es espíritu (Jn 3,5-6) y puede participar del mundo de Dios. Para ello nos capacita para creer, en el bautismo nos une a Cristo muerto y resucitado y nos acompaña en toda  la existencia para que la vivamos en el amor, el medio que diviniza. Si el hombre lo secunda hasta el final, lo resucitará: Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su Espíritu que habita en vosotros (Rom 8,11)

El amor es central en la vida humana y cristiana. Hoy día es un concepto un tanto degradado por el uso que se hace de él. Aquí nos referimos al amor de Dios, manifestado en Cristo, que podemos participar y en el que debemos crecer, porque al final “seremos examinados de amor”. Su esencia es darse buscando el bien y la felicidad del otro. Tiene dos facetas básicas legítimas, interesado y desinteresado. El primero ama buscando el propio interés y el del otro, el segundo, ama buscando sólo el bien del otro. Ambos tienen que ir unidos y en la vida cristiana tiene que ir predominando el gratuito. Y esto en la vida familiar, laboral, social, ciudadana... De esta forma la existencia humana se convierte en un sacrificio vivo, agradable a Dios, como lo fue la de Jesús. Desde este punto de vista el cristianismo no es una “religión de templos y ritos” sino una religión secular cuyo templo son los cristianos (Ef 2,19-21; 1 Pe 2,8-9), y cuyo sacrificio es la vida secular de cada día (Rom 12,1-2).

Entonces ¿para qué la Eucaristía? Para hacer posible este sacrificio existencial. En ella damos gracias al Padre por su amor y por medio de Cristo, cuyo sacrificio existencial se hace presente, le ofrecemos por amor la vida de cada día y pedimos la ayuda de su Espíritu para seguir caminando hasta llegar a la resurrección. Eucaristía y vida secular son inseparables.


Rvdo don Antonio Rodríguez Carmona

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