Simeón, un anciano de Israel, percibe en lo íntimo de
su alma, la intuición de que no morirá, sin antes ver al Mesías prometido por Yahvé.
Este hombre es un verdadero buscador de Dios, ante esta promesa va cada día al
Templo esperando su cumplimiento, pues sabe que un día sus padres lo llevarán
allí, como prescribía la Ley. Simeón actúa con fe profunda; no pide a Dios una
señal para reconocer al Mesías: una luz en sus manos, estrellas en la frente etc…,
por eso le presentamos como buscador fiel a Dios. Va al Templo todos los días
llueva, haga calor o nieve. Quiere ver con sus ojos al Salvador profetizado y
ningún impedimento: cansancio, malestar, e incluso dudas le hace desistir
de su búsqueda.
Sabemos que Dios premió su fidelidad y constancia. (Lc
2,25-32). Todo encuentro decisivo con Dios, es fruto de dos fidelidades: la del
buscador, como, por ejemplo, la de Simeón, y la de Dios que, a su tiempo,
ilumina las entrañas de sus buscadores, como diciéndoles: Me has buscado,
a veces entre brumas e incluso tinieblas y ya ves...¡¡Estoy contigo!
P. Antonio Pavía
comunidadmariamadreapostoles.com
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