Jesús va a Jericó. Al salir de la ciudad con sus discípulos y una muchedumbre, un ciego que pedía limosna, preguntó el porqué de tanto ruido. Le dijeron, que era a causa de Jesús de Nazaret, que acababa de pasar por su lado. Entonces Bartimeo, este era su nombre, se dijo a sí mismo: Esta es mi oportunidad; ahora o nunca, y se puso a gritar: ¡Jesús, ten piedad de mí! Aparentemente, Jesús no le hizo caso...Esto nos ha pasado a todos, ¿No es cierto? Aun así, el ciego sigue gritando. Muchos le increpan:
¡Cállate! ¿No ves que no le importas?, sin embargo, el ciego no desiste,
redobla sus gritos. Jesús, le manda llamar y él arrojando su manto, llegó donde
Jesús. El manto simboliza el interior de la persona. Nuestro amigo al saber que
Jesús le llamaba, se deshizo del hombre viejo que era: dependiente del mal y de
la mentira, para llegar a ser el Hombre Nuevo del que nos habla San Pablo (Ef
4,17-24).
Este pasaje es una catequesis fortísima sobre los verdaderos buscadores de
Dios.
Veamos porque: Una vez curado podía haber dicho: Ojos nuevos, vida nueva, e
irse a su casa. Pero no; había encontrado a Jesús y comprendió que seguirle,
era lo mejor que le podría pasar en su vida. Por eso, como nos dice Marcos:
"...le siguió por el camino"
P. Antonio Pavía
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