Puesto que en obediencia a la verdad habéis
purificado vuestras almas para un amor sincero de
hermanos, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro. Pues habéis nacido de nuevo, no de una
simiente corruptible, sino de una que es incorruptible, es decir, mediante la
palabra de Dios que vive y permanece .
1 Pe,
1,22-25
Queremos abrazar el evangelio contra nuestro pecho y hacerlo
con todas nuestras fuerzas porque deseamos que las palabras que escuchamos
empapen nuestro corazón, lo libren de sus ataduras y lo transformen.
Queremos que las palabras que oímos, lleguen al lugar
primero de nuestras intenciones, de nuestros sentimientos y de nuestros
pensamientos; para que, así, todo lo que hacemos, pensamos, sentimos, venga del
Dios que tanto anhelamos.
Sin embargo, sabemos que nosotros tan sólo,
podemos tener la voluntad de extender los brazos y retener las palabras
que sabemos pueden transformar en vida, la muerte que tantas veces perseguimos
.Pero Cristo, solamente nos pide que lo abracemos.
Solamente a él le corresponde el milagro de que esas
palabras traspasen los huesos y se hagan uno con nuestro alma.
¿Cómo ocurre?
No lo sé
Pero, cada día, camino los pasos de este sendero que traza Dios
y experimento como el cielo se derrama en un corazón que ya nada se parece al
que antes era.
Yo solamente pongo el deseo de que así sea; Dios hace lo
demás
Yo le digo: Señor, quiero, y… él se ocupa.
No hay experiencia comparable a sentir cómo el aliento de
Dios roza nuestra espalda y nos hace amar lo que antes ni siquiera conocíamos.
Nada se parece al deseo de querer morir para que él sople
sobre nuestras cenizas y cree en nuestro alma de nuevo la VIDA, SU VIDA
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renueva
en mi interior un espíritu firme
Salmo
50. 1
No hay comentarios:
Publicar un comentario