Paseaba sobre las
piedras de la orilla dejando el mar a mi izquierda con el encaje de las olas
acariciando mis pies… Me agachaba para observar el tiempo desde la creación del
mundo; piedras infinitas, mañana… arena de mi continente. Una blanca, otra
gris, rosada… Y me las traje conmigo evitando su futura decadencia.
Me dije, es la obra de
Dios en diminuto y me atiborré de ellas para edificar pequeños presentes para Navidad.
¡Tantos regalos da
Dios! Sólo hay que detenerse un momento y te llena las manos y el corazón de
cuánto deseas… Piedras, flores, arcillas, amor, camino, amparo, libertad,
oración, perdón y Reino.
Alguien me dijo: “Háblame del amanecer y del atardecer” y
sólo pensé en Dios y en la suerte que teníamos de seguir admirando el color del
cielo: De celeste a negro pasando a veces por blanco y gris… ¡Espectacular! Y en
cada minuto, una nueva oportunidad de salvación…
Mis piedras me cuentan
eso y más. Es el fondo marino de Dios que aparece ante mis ojos para que yo me
surta de regalos; son como palabras y letras de colores en las orillas de
nuestros mares; pruebas constantes de Dios para este mundo, donde puso su
mirada hace millones de años.
Por esa elección y por
crearnos a ti y a mí para nacer, deberíamos darnos cuenta de lo especiales que
somos y si además vino a pasar unos años con nosotros para ayudarnos a ir con Él,
no tengo palabras para agradecer tanta fortuna.
¡Qué bella es la tierra!
y ¡Mucho más lo será el cielo!!!
Emma Díez Lobo
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